Ibiza siempre está de fiesta

Ibiza siempre está de fiesta

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El año pasado Ibiza recibió 2.758.980 turistas, según datos oficiales, de los cuales dos millones fueron extranjeros, principalmente de Reino Unido, Italia y Alemania. En esta isla que tiene 41 kilómetros de norte a sur, 14 de este a oeste y más de 200 kilómetros de costa debido a las pequeñas calas, hay casi la misma cantidad de habitantes que de plazas hoteleras legales. Viven 140 mil personas y hay 120 mil camas para recibir turistas.

La isla mediterránea en la que a principios y fines del verano soplan vientos africanos –soroco– que cubren todo de un polvo rojo, siempre atrajo espíritus libres y creativos, muchos de los cuales huían de las sucesivas guerras del siglo XX. Por allí pasaron –o residieron– el pensador alemán Walter Benjamin, el escritor Albert Camus y los fotógrafos Raoul Hassman y Man Ray; Walter Gropius –creador de la Bauhaus– y Le Corbusier. Joan Miró y Mario Vargas Llosa. Bob Dylan y Bob Marley.





La película More, ópera prima del director francés Barbet Schroeder, con música de Pink Floyd, fue filmada en 1969 y es un retrato fiel de esa época de amor libre y psicodelia en paisajes soñados. Cuatro años después, un tal Ricardo Urgell construiría una casa de estilo payés –de módulos cúbicos blancos– en medio de la nada y enseguida se haría famosa por sus fiestas hippie-cool: Pachá, que hoy tiene 900 empleados, 20 franquicias en el mundo, dos hoteles, una revista, una línea de ropa y otra de fragancias.

Los 80 trajeron la marcha y la apertura del Café del Mar, un espacio con música llamada chill out para ver atardecer en la playa de Saint Antoni –donde vivió diez años Walter Benjamin en 1923, ahora tomada por la juventud inglesa–. En esa década, Ibiza pasó a ser un destino musical mundial. En los 90 abre la disco KU, precursora del concepto Beach Club, y comenzó el boom de los DJ. En el cambio de milenio Ibiza se ubicó como el principal referente de esta industria y la isla mejoró la calidad de sus hoteles, restaurantes y flota de yates para recibir a jóvenes del mundo entero y al jet set.

Llegó un momento en que los ingleses volaban a Ibiza el viernes y empezaban una maratón festiva que duraba hasta que se volvían, el lunes de madrugada. Aumentaron los accidentes automovilísticos –sobre todo porque los británicos se olvidaban que hay que avanzar por el carril derecho– y disminuyó el consumo hotelero y gastronómico, porque nadie dormía ni comía. En 2007, el Consejo Insular de Ibiza tomó las riendas y prohibió las fiestas diurnas. Las discos deben permanecer cerradas entre las 8 y las 16.30, salvo en fechas especiales como apertura y fin de temporada. Las fiestas en casas particulares tampoco están permitidas. Con estas medidas se buscó promover un perfil turístico más tranquilo, familiar y de lujo.

En los últimos años, a ambos lados del conjunto histórico de la ciudad, la fortaleza de Dalt Vila –donde se filmaron varias escenas de More–, surgió una nueva gama de emprendimientos. Por ejemplo, el Ushuaïa Ibiza Beach Hotel, que solucionó el problema de las fiestas diurnas realizándolas dentro del complejo, y el primer Hard Rock Hotel de Europa, ambos en la playa d’en Bossa, o el estreno de Heart, un proyecto de los hermanos Ferrán y Albert Adriá en conjunto con Guy Laliberté, fundador del Cirque du Soleil, que fusiona comida, música y arte, y que se estrenó en el cinco estrellas Ibiza Gran Hotel, sobre el Paseo Marítimo.

La esencia sigue intacta. Con o sin fiestas, esta tierra por la que han pasado fenicios, asirios, romanos, bizantinos, árabes y por fin españoles atrapa. Jimena Brusaca, una argentina de 33 años, se mudó a Ibiza a los 19. Vive con su novio músico en una casa de campo cerca de la playa nudista Aguas Blancas, donde tienen una huerta. Hace performances en dos compañías de teatro y vende ropa en el mercadillo de la playa Es Figueral. Dice que de Ibiza, aunque esté cara, no se va más.

Atrapan las más de 40 calas (ensenadas) diferentes y el mar, que tiene todos los tonos posibles de turquesa. La batida de los tambores cada vez que baja el sol en la playa de Benirrás y la mística en torno de esa isla piramidal que está al sur de Ibiza y se llama Es Vedrá. Atrapan las paredes de cal y los techos de madera de sabina de las casas centenarias que se esconden tierra adentro, entre pinos, almendros y algarrobos, muchas convertidas en hoteles rurales encantadores. O el sabor del cordero asado en dos tiempos relleno de espinaca y trompetas –setas– y un toque de Malvasía de Can Rich, que preparan en el restaurante Can Berri Vell, en el pueblo de Sant Agustí.

Cautiva la comodidad con la que el joven Javier Sierra, hijo de hippies, criado sin electricidad hasta los 9 años, se trasviste para hacer un número de acrobacia fantástico en su propio restaurante, Somiart, frente al mar. Definitivamente atrapa la gente bonita vestida según la moda ibicenca ad lib –del latín ad libitum, a placer–, con géneros naturales, íntegramente de blanco. El mismo blanco inmaculado de la iglesia Sant Carles de Peralta, esa que está al lado del Bar Anita, donde todavía llegan cartas, la gente va a tomar hierbas digestivas e Ibiza sigue siendo Ibiza.

Datos útiles

Cuándo ir. La mejor época es durante la temporada, entre mayo y septiembre, cuando están abiertas todas las discos y el clima es veraniego. En junio, julio y agosto la temperatura varía entre 20°C y 30°C. Entre octubre y abril hace frío, y está casi todo cerrado.

 

Algunas playas

– Cala Conta: en San Antonio tiene el mar más turquesa de todas las playas y se llena.

– Cala Tarida: a ambos lados de esta concurrida cala, al oeste de la isla, hay pequeñas calas de difícil acceso, pero desiertas.

– Platges de Compte: los chiringuitos son ideales para ver el atardecer.

– Es Cavallet: está antes de llegar a Las Salinas, al sur, y es la playa nudista por excelencia

El Nacional