Gonzalo Himiob Santomé: No le sé decir…

Gonzalo Himiob Santomé: No le sé decir…

 

Uno los ve y cuesta mucho comprenderlos. Uno sabe por qué están allí, sabe cuál es el papel que se les ha ordenado representar y que, al menos en principio, no hay argumento, Constitución ni ley que los vaya a sacar de las dos o tres frases, que impuestas como una orden, tratan de repetir sin cesar ante el estrado. Sin importar realmente cuál sea la pregunta que se les haga, siempre intentan, como en aquel viejo chiste de “los fenicios”, responder siempre lo mismo, sin matices, sin salirse de la línea aprendida. Ellos, hablo de los testigos y expertos que el poder lleva como “órganos de prueba” a estos juicios arteros que, no lo olvidemos, siguen activos contra decenas de jóvenes detenidos arbitrariamente el año pasado durante las protestas, son las herramientas de la farsa, algo así como la utilería que usan los actores, que son otros, en el escenario de la charada a la que se ha reducido el proceso penal para tratar salvar las apariencias de los despropósitos declarados, de los desenlaces judiciales que ya están dispuestos, pase lo que pase, sobre hechos que, eso sí muy tercos, se niegan al yugo de la “mentira oficial” y siempre terminan mostrándose tal como fueron, que no como el gobierno pretende que fueron.

 

Es mucho el tiempo con el que se cuenta en tales audiencias (algunas, como la que me tocó este miércoles que pasó, duran cerca de diez horas) para evaluar, al menos de la manera rupestre en la que puede hacerlo un abogado, qué puede estar pasando por las mentes de estas personas en esos momentos ¿Tienen miedo? ¿Están allí por propia voluntad o de alguna manera fueron obligados a exponerse así por otros que los usan como “carne de cañón” y no quieren dar la cara? Como nadie está para emitir opiniones sobre personas que no conoce, es difícil decir si hay o no maldad en estos sujetos; lo que sí se puede afirmar es que en ese pequeño espacio que cada interrogatorio le abre a la verdad, cuando ya no pueden ellos ocultarse tras sus firmas en distantes informes o cuando no pueden esconderse en sus disfraces de “Robocop”, quedando a merced de defensores que no les temen y que saben que la razón está de su lado, pasan un muy mal rato.

 

No es para menos. La verdad se defiende sola, la mentira no. Veamos:

 

-¿Usted estuvo presente en el procedimiento?- pregunta la defensa.

-Sí- responde el funcionario.

-¿Qué hizo usted en ese procedimiento?- sigue el abogado.

-Cumpliendo órdenes de mi Coronel, llegamos al sitio y detuvimos a un grupo de personas. Yo detuve a una persona que estaba en una carpa – continúa el uniformado.

-Cuando detuvo a esta persona ¿Qué le incautó?- profundiza el letrado.

-Estaba en una carpa y tenía unos paquetes de galletas- lo dice sin bajar la mirada. Si es por candidez o ignorancia no se puede saber.

-Y entonces ¿Por qué lo detuvo?- la pregunta del abogado, de alguna manera, lo toma por sorpresa.

-No entiendo…- alcanza a decir en voz más baja y, por primera vez, temblorosa.

-Reformulo –lo ataja el abogado, que ya nota que el fiscal y el juez están poniéndose nerviosos- ¿Usted, como funcionario, detiene a cuanta persona ve en la calle en posesión de unos paquetes de galletas?

 

El fiscal se levanta abruptamente y condena la línea de interrogatorio de la defensa, objeta la pregunta sin dejar muy claro por qué lo hace. La defensa responde que es fundamental saber si la actuación del funcionario estuvo apegada a la Constitución y a la ley, pues en ninguna parte del mundo es delito cargar encima unas galletas, y nadie puede ser aprehendido por un funcionario policial si no existe una orden previa de un tribunal, que no es el caso, o a menos que se haya atrapado a la persona en plena comisión de algún delito. Detener a alguien sin base legal para ello es una grave violación a los DDHH, que anularía el procedimiento, y además es un delito que el funcionario estaría literalmente confesando haber cometido, en plena audiencia. Tras un breve silencio, y sin explicar por qué, el juez se limita a ordenarle a la defensa en tres palabras que reformule su pregunta. Así trabaja el absurdo.

 

-Está bien -sigue el abogado, que sabe que no habrá forma de que el juez le ordene al funcionario que responda la pregunta previa- ¿Por qué detuvo usted a esa persona en particular?

-Cuando llegamos un grupo de personas nos recibió en actitud violenta, lanzándonos objetos contundentes…

El abogado no le deja continuar: ¿Pero la persona que usted detuvo, según sus mismas palabras, estaba en una carpa cuando usted la arrestó?

-Sí… –responde.

-¿Fue esa persona que usted detuvo una de las que los recibió en supuesta actitud violenta?- continuó el abogado.

-No lo sé, no lo recuerdo- responde azorado el uniformado.

-¿Era hombre o mujer?- sigue el abogado.

-No lo sé, no lo recuerdo- responde de nuevo el funcionario.

-Pero sí recuerda que estaba en su carpa y que estaba en posesión de unas galletas ¿Cierto? El fiscal iba a decir algo, pero se quedó callado. El funcionario, bastante nervioso, entonces respondió:

-Bueno, sí…-

 

El abogado cambió entonces su línea de interrogatorio, abruptamente y de manera deliberada:

 

-Los sujetos que supuestamente los recibieron de manera violenta ¿Usted los vio bien?

-¡Sí claro! Estábamos todos allí- respondió el funcionario, sintiéndose más “en su terreno”.

-¿Quiénes eran?– sigue el abogado.

-No lo sé…– siguió el funcionario, como intuyendo que se había metido donde no debía.

 

El abogado decide entonces jugársela y ponerlo, definitivamente, en evidencia:

    

-Esas personas que supuestamente los agredieron con “objetos contundentes” ¿Están presentes en esta sala? Usted dijo que los vio bien ¿Usted los reconoce?

 

La pregunta es básica. El juicio no versa ni puede versar sobre los hechos de “otros”, sino sobre los actos concretos de los ocho jóvenes que están allí afrontándolo. La responsabilidad penal es personal. No se puede condenar a nadie por lo que hayan hecho, si es que lo hicieron, otras personas. La apuesta es alta, pero el funcionario está acorralado: Mira al fiscal, al juez, al techo, a los que presencian el juicio, a todos…

 

-No le sé decir, no lo sé… -respondió al final, con la cara del que sabe que, pese a sus esfuerzos, no logró lo que se le había ordenado que lograra.

-No tengo más preguntas- cerró entonces el abogado.

 

No he puesto nombres porque lo esencial de esta entrega no son sus protagonistas, sino lo que la historia representa. No me extenderé contándoles de jueces que ordenan pasar a juicio a jóvenes por protestar, o por tuitear, dejándolos presos mientras tanto, pero a la vez dejan que funcionarios policiales, acusados del asesinato de manifestantes, afronten sus juicios en libertad; o de otros que afirman en sus decisiones que los militares y policías no quebrantan ni violan los Tratados Internacionales “…porque aunque trabajan para el Estado, no son ellos los que los firmaron…”. El interrogatorio narrado es real… bueno, mejor dicho, es surreal. Pero igual vas preso, y punto. Así se administra la injusticia en Venezuela.

 

@HimiobSantome

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