Jesús Peñalver: Margarita

Jesús Peñalver: Margarita

thumbnailJesusPeñalverHoy no es una lágrima, sino un mar inmenso de chapuza. Tanta agua que la rodea, y a la sed que la agobia, se suma la de democracia y libertad.

El hampa y la violencia común, también la administrada, hacen de la isla en este instante el escenario de un bodrio llamado “Cumbre de Países No Alineados” o NOAL. No me cansaré nunca de decir, que estas son otras desgraciadas consecuencias de haber elegido a un milico golpista, resentido y delirante que con odio social inició la pesadilla.

¿Acaso no es una barbaridad decir que el pueblo manda haciendo colas por un paquete de harina, pote de leche, o un solo pan y pariendo por medicinas?





¿No es detestable acaso el chiste malo de la “dieta”? Por dicha guardo la esperanza de que sea la inanición que acabe con su raquítico gobierno hasta su muerte política.

Parroquias que la integran han expresado su rechazo a la presencia del des-gobernante de origen ignoto, Villa Rosa, por ejemplo, al tiempo que repudian también la realización de la cumbre de NOAL, y con ello el despilfarro, el bochinche y show parasitario, y desde luego, el uso abusivo de recursos del Estado, siendo que los hospitales lloran por falta de insumos, las universidades claman por justos presupuestos, las farmacias convertidas en refugios de oración, entre otras calamidades de parecida naturaleza.

No olvidemos que hoy en Venezuela, hasta la muerte natural escasea, mientras los pillos rojitos, corruptos venales se aferran al poder, negándose a abandonarlo, cerrando toda posibilidad de cambio en paz.

Es preciso no haber nacido en un país, padecer de un resentimiento muy arraigado o ser bien despreciable para odiar a su gente. De allí la mentira continuada y recurrente, el país inexistente que quieren hacer ver en suelo isleño, esos que se inventan sin pudor invasiones imaginarias, guerras y pendejadas similares. Son los mismos que pontificaban sobre la salud del enfermo terminal más sano del mundo.

Contra la abulia parroquial que nos acogota, contra la tranquilidad de la indiferencia de muchos, el país bien vale la pena. Evitemos que la sufrida Venezuela caiga víctima de la desmoralización, lo que es un riesgo que hay que conjurar en lo inmediato.

La deshojan a diestra y siniestra; colman los anaqueles de productos importados, pretendiendo dar la sensación de abundancia, de una bonanza económica que solo mora en sus delirios; trasladan a reclusos desde la isla hasta tierra firme, dejando a los margariteños más presos que nunca, acosando a medios y a disidentes en general, expertos como son en criminalizar la protesta.

Margarita canta a ratos su galerón más triste, el más sentido polo, la jota que desgrana el corazón en cada nota que describe la pena que hoy vive el país.

A pesar de la hora de angustia, aunque erijan estatuas del delirante golpista sabanetero, así monten carpas para alojar a la claque de ocasión; en estos tiempos difíciles y sombríos, coloreados de un rojo alarmante, vale la pena esperanzarse.

Hoy es noticia, no precisamente por las joyas naturales que alberga, paisajes y el encanto de sus playas, la bonhomía de su gente, entre tantos otros atractivos. Hoy es la comidilla por el triste y vergonzoso espectáculo que han montado en la isla, los herederos del mandón, quien nunca ocultó –estos tampoco- la terrible intención de acabar con todo un país.

Pues bien, ese accidente que ha sido y es el chavismo aposentado en Miraflores, la continuación de la angustia y el dolor humanos que sembró aquel golpista, hoy continúa para desgracia nuestra.  Afanosos, esos que se dicen sus hijos, no reparan en hacer y dejar de hacer todo lo que conviene a su modelo totalitario para perpetuarse en el poder, rompiendo o violando reglas, acabando con principios y normas de convivencia, en fin, irrespetando los valores de la democracia y sus instituciones.

Chavismo, eso es, vulgar aprovechamiento del pobre, la manipulación de sus miserias, grotesca igualación hacia abajo, esa otra metáfora de la pobreza, mientras sus seguidores y protegidos exhiben grandes capitales, disfrutan de muchos gustos y prebendas, viviendo en los algodones de la comodidad que le brinda la impune libertad de poder expoliar el erario hasta la carroña.

Las grandes naciones, que hoy llamamos desarrolladas, consiguieron su progreso por el trabajo de sus hijos, no promoviendo el hedonismo, la flojera ni la corrupción.

 

Jesús Peñalver