César Morillo: Los migrantes

César Morillo: Los migrantes

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¡Pobrecitos los venezolanos! Se van a Chile huyendo de Maduro y se encuentran con un país incendiándose por los cuatro costados, se van para el norte y los espera Trump… “Ya no hay rincón seguro para nosotros”, exclamó Vivian, seguramente pensando en sus dos hijas hembras -quienes recientemente tomaron rumbo al país Sudamericano con sus parejas- en su cuñada Aura quien decidió probar suerte en los Estados Unidos y en su primo Juan que se fue a Panamá y al bajarse del avión se encontró con la xenófoba “guerra contra el tequeño”.

Los venezolanos nos hemos convertido en ciudadanos universales, gente que dadas las condiciones del país, decide agarrar sus peroles e irse a indagar mundo allá donde no nos han invitado, con su fuerza laboral como moneda de intercambio. Esa comodidad de antaño, de medir muy bien a dónde ir, puesto que difícilmente se encontraría mejor lugar que el conocido, se ha relajado. “Peor que en Venezuela, imposible” suelen pensar los que pasan el umbral y se convierten en migrantes. Pero afuera no todo es armónico recibimiento, he conocido a muchos trabajando en áreas que no tienen que ver con sus profesiones; economistas laborando de mesoneros, ingenieros con su carro de Uber o de taxistas, o bien repartiendo pizzas a domicilio. Por supuesto, todo trabajo honra, el asunto es cuando caes en cuenta que estás viviendo para trabajar. Si, vivir para trabajar. En efecto, puedes instalarte en Orlando, Madrid, o Santiago de Chile, y pasar meses y hasta años sin conocer los lugares que usualmente visitarías como turista, pues tu condición no es esa, sino la de trabajador. A eso te dedicas, a trabajar; a comer y a descansar cuando se puede, para reiniciar tus labores al día siguiente. Desde luego, hay casos donde se llega con un capital y con una idea de negocios y expandes tus posibilidades al convertirte en un pequeño o mediano emprendedor. Muchos han abierto caminos, como quienes han dado a conocer nuestra gastronomía. Gracias a ellos la arepa, la hallaca o el tequeño son hoy conocidos en los confines del mundo. Allá donde hay venezolanos, seguro un negocio de comida criolla habrá, desde Asia a la lejana Australia, en Sudamérica y Norteamérica o en cualquier ciudad de Europa, nos la encontraremos.





La diáspora venezolana ha crecido. Según el sociólogo Tomás Páez, hay mas de 2.5 millones de compatriotas diseminados por el mundo, cuyo porcentaje de profesionales universitarios es muy elevado, Páez lo estima por encima del 70%, dándole una distinción especial a nuestros migrantes. Sin embargo, como ya comentamos arriba, muchos de esos títulos no garantizan un trabajo en el área y la mayoría se ve forzado a trabajar en lo que encuentre.

Jessy llegó a Miami con dos títulos en su haber, periodista y Magister en Ciencias de la Comunicación. Los amigos venezolanos que lo acogieron al llegar, le recomendaron que se fuese al Sawgrass Mall donde seguro encontraría algo en qué trabajar. Regresó como peluquero, trabajo que nunca había ejercido en nuestro país, de lunes a sábado a razón de una paga por hora de 7,25 Dólares, la mínima. Trabajó con papeles falsos dado que no contaba con permiso laboral, asunto muy común en la tierra del Tío Sam donde las empresas incluso te “arreglan” el documento chimbo. Eso de falsificar documentos no es patrimonio exclusivo de los venezolanos. Jessy sacó su cuenta de cuanto ganaría mensualmente -casi $1.600- e hizo lo que todos al principio, los tradujo en su mente a bolívares y en ese instante se sintió rico. Obviamente, aún no había aprendido que ganar en dólares supone gastar también en dólares.

Migrar no necesariamente es un “quemar las velas”. Muchos salen a ver cómo les va, sin olvidar lo que dejan atrás y resguardando la posibilidad de tener que regresar por si las cosas no son como creían. Antonio es profesor de idiomas modernos y le escribe su experiencia a un amigo: “En este momento estoy en Canadá y esto no es lo que me habían dicho, la realidad es muy distinta. Trabajo no hay, ni siquiera limpiando baños, y para hacer eso, lo hago en Venezuela. Salvo que ocurra un milagro, pronto regresaré. Entonces voy a necesitar un empleo. Por supuesto que me gustaría dar clases en la universidad, pero no es necesario que sea algo ‘grande’ haciendo gala de mi maestría y de mi doctorado. No, nada de eso. Puede ser en la universidad o no. Cualquier cosa, aunque sea modesta, me cae bien. Yo siempre he sido docente de idiomas, pero puedo dar clases de casi lo que sea y sé hacer trabajos de oficina. Muchas gracias y perdón por la molestia”.

Conmueven estos relatos, te llegan al alma.
La búsqueda de la felicidad, si así decidiéramos llamar al simple derecho de tener un sustento digno y vivir tranquilos en un lugar con tus seres queridos, se ha convertido para los venezolanos en una quimera. Bendito tiempo nos ha tocado vivir, en un país asechado por la violencia callejera, la escasez extrema de medicinas y alimentos, la ineptitud de unos gobernantes y peor aún, la aparente desolación, una especie de letanía que amenaza peligrosamente con extenderse indefinidamente. ¿Recobraremos siquiera la ilusión de un espacio y tiempo de tranquilidad y algo de prosperidad sin tener que salir a explorar sin bitácora de viaje por el mundo?¿será que podemos salir a descubrir el mundo sin esa sensación de estar huyendo del abismo?
Pienso en Vivian que a pesar de los sismos constantes y los incendios en Chile, no quiere que sus muchachas se regresen a Venezuela. Les dice que de todos los lugares del mundo, este sigue siendo el más peligroso de todos.

También pienso en quienes trabajan por un cambio, en los militantes de los partidos, en los voluntarios que sin ser militantes están sumados al trabajo arduo, quienes se esfuerzan diariamente y visitan barrios, caseríos, ciudades, tratando de ganar voluntades. Pienso en los que aún creen y se aferran a la última promesa redentora en forma de carnet de la patria, ellos también padecen las calamidades. Pienso en los dirigentes opositores. Me los imagino dialogando entre ellos, superando diferencias, afianzando coincidencias y poniendo énfasis en lo trascendente. Sumando y multiplicándose, no restando, y mucho menos dividiéndose. No les pedimos fechas, no. Eso en política termina siendo contraproducente, como de sobra lo sabemos. Lo que si pedimos es un camino coherente e inspirador. Mientras mas coherente e inspirador sea, mas corto será el camino. No importa que suponga riesgos. Todo camino es una apuesta y toda apuesta esta preñada de riesgos. Pero que nos embargue el sentimiento de al dar un paso juntos, ese paso vaya en la dirección correcta.

César Morillo
cjmh7@msn.com
@cesarmorillo7