Álvaro Valderrama Erazo: Sexto domingo ordinario “Ciclo A”

Álvaro Valderrama Erazo: Sexto domingo ordinario “Ciclo A”

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En las tres lecturas y en el salmo responsorial de éste sexto Domingo del tiempo ordinario, nos regala la iglesia, una vez más, las enseñanzas de Dios, contenidas en las Sagradas Escrituras para ser escuchadas, creídas y puestas en práctica por todos sus hijos.

El libro del Eclesiástico, llamado también el libro de los consejos, nos invita en su capítulo 15,16-21 a guardar –si nosotros queremos- los mandamientos de Dios, para permanecer fieles a su voluntad.





El Salmo 118, 1-2.4-5.18.33-34 exalta a quien camina en la voluntad del Señor, a quien guarda sus preceptos y a quien lo busca de todo corazón.

Por su parte nos recuerda el Apóstol San Pablo, en su carta a los Corintios 2,6-10 que la enseñanza del Santo evangelio es el contenido de una sabiduría divina, misteriosa, escondida y predestinada por Dios para que nosotros encontremos su gloria.

Y Jesús nos enseña en el Evangelio de San Mateo 5, 17-37 que Él ha venido al mundo a darle plenitud a la Ley y a los Profetas

Ahora bien, cómo entender lo que Dios nos dice en las Sagradas Escrituras, especialmente, hoy, sexto Domingo del tiempo ordinario?

En el capítulo 1, 26.27.31. del libro del Génesis leemos que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Dios vio cuanto había creado, y todo estaba muy bien. Dios creó al hombre libre y sin ataduras de pecado.

Pero como consecuencia del pecado original, el hombre dejó de ser libre. Y esa privación de la libertad del pueblo de Dios se ve reflejada en el capítulo 3, 7-8 del libro del Éxodo, especialmente en la esclavitud de los israelitas en Egipto.

La compasión de Dios al escuchar el clamor del pueblo sufriente, oprimido y explotado lo hizo valerse de Moisés para sacar a Israel del dominio esclavizante y granjearle la libertad.

Pero la libertad que Dios quiso dar a Israel no estaba reducida a al mero aspecto social, sino que envolvía la generalidad de cómo había sido creado el hombre: Con cuerpo, con alma y libre, a semejanza de Dios.

Precisamente esa dignidad del hombre libre es la que motiva a Dios a presentar ante Israel el Decálogo Éxodo 20,2-17 y Det. 5, 6-21, conocido por nosotros como los mandamientos de la ley de Dios.

En realidad no se trata de mandamientos o imperativos divinos para coartar la libertad de los hombres, puesto que, tanto en hebreo antiguo, como en hebreo rabínico, las palabras “Asereth ha Dibroth” y en griego bíblico, la palabra “Decálogo” no se traducen como mandamiento sino como “las diez palabras”.

Se trata, por tanto de lo los principios que Dios, con su palabra da al pueblo de Israel y también a nosotros los cristianos, para que nos mantengamos firmes en la libertad que nos confiere ser el pueblo de Dios.

Tanto las Crónicas bíblicas como los profetas nos muestran que la libertad y la justicia entre los israelitas, -y con ello también la voluntad de Dios- fueron violentadas y vulneradas.

Los fariseos y maestros de la ley habían reducido y transformado los principios de Dios en no menos de seiscientas prohibiciones superficiales y esclavizantes -como por ejemplo apedrear a las adulteras- que hacían ver a Dios, no como Padre, sino como castigador o inquisidor.

Tales injusticias las vemos reflejadas en la denuncia de los profetas, contenidas en las lecturas bíblicas de los domingos anteriores, especialmente en el profeta Isaías y en las discusiones y desavenencias entre Jesús y los fariseos y maestros de la ley.

Por eso nos dice Jesús en el Santo evangelio de éste sexto Domingo Ordinario, que Él ha venido a darle perfección a la Ley y a los Profetas.

De tal manera que, Jesús viene sanar a los enfermos y no a echarlos al abandono y a la muerte en el desierto. Se trata para Jesús de perdonar los pecados y no de condenar al pecador; de darle pan al hambriento y no de explotarlo, de abrazar al que se siente solo y no enjuiciarlo por ser abrazado.

En la muerte de Cruz nos redime Jesús de la muerte eterna, de manera que sigamos siendo hijos de Dios para la vida eterna. En su redención nos enseña Jesús que la ley del decálogo se resume en “El amor a Dios y al Prójimo”. Quien ama a Dios y al Prójimo estará dispuesto a cumplir los demás principios de Dios para vivir en su libertad. Amén.

Feliz Domingo, día del Señor