Alfredo Maldonado: La última batalla

Alfredo Maldonado: La última batalla

Alfedo Maldonado
Alfredo Maldonado

 

Se está librando, a sangre y fuego, en Venezuela, ahora mismo. No es la batalla del chavismo, ni del pueblo abandonado, ni de hordas. Es asunto mucho más serio. Es la batalla del castrocomunismo por la supervivencia.

La Cuba de los Castro ha tenido en sus casi sesenta años de encadenamiento de su pueblo, dos lapsos de ingresos económicos suficientes para mantener los gastos de policías, tropas, cárceles, espionaje interno y externo e injerencia en asuntos de otros países. El primero fue el largo sometimiento a la generosidad de una Unión Soviética consagrada a su pelea por el control mundial, durante la cual todo se hacía en función de la que fue una tarea imposible: superar a Estados Unidos y ubicarse como potencia líder del mundo.





En esos años estar en Cuba significaba establecer presencia a 90 millas de Estados Unidos y tiro fácil de misil, no tanto para lanzarlos sino para impresionar, vieja táctica comunista. Kennedy les torció el brazo y la presencia soviética en la isla se convirtió sólo en amenaza para las naciones del Caribe. A cambio, Moscú compraban la cada vez menos azúcar que el incompetente castrismo lograba producir, y pagaba los gastos básicos.

Cuando la Unión Soviética se hundió por su propio peso, Cuba cayó con su vieja patrona y las dificultades pusieron a los Castro contra la pared y a los cubanos a pasar aún más hambre y necesidades, los decrecientes dineros de La Habana eran sólo para sostener el feroz y experimentado aparato represor, no sobraba ni un peso para más.

Y entonces, a mediados de la década final del siglo XX, Rafael Caldera cayó en la ingenuidad de estimar que dejando en libertad a un grupo de golpistas militares tranquilizaría a una Venezuela burbujeante por crecientes problemas económicos y por la escasa eficiencia de sus políticos en resolver dificultades.

Caldera por lo visto creyó, olvidando numerosos detalles, que podría reeditar su famosa “pacificación” de comienzos de los 70s, esfumadas en su memoria de anciano cuestiones como que en la izquierda guerrillera venezolana de esa época, política, policial y militarmente derrotada, había una creciente voluntad de regresar a los campos apacibles de la democracia tradicional que nunca lograron vencer. Sin ese deseo de sus dirigentes -la mayoría encarcelados y enjuiciados- la Pacificación de Caldera hubiera sido imposible -éste es un análisis muy por encima, aclaro.

De aquellos golpistas que salieron a tratar de rehacer sus vidas en los años 90 tras ser dejados en libertad, uno de ellos tenía otras fantasías. A él, siempre simpático y parlanchín, se pegaron como miel nueva numerosos fracasados de la izquierda desordenada y sin fortalezas, algunos incluso con entrenamiento ideológico y político en las escuelas castrocubanas.

A ese derrotado pero chisposo golpista le pusieron el ojo los hermanos Castro, especialmente el mayor, más astuto, y lo demás es historia conocida. Le dieron recibimiento deslumbrante, oropel trabajado en un sitio que el militar de escasa formación apenas vislumbraba, la universidad de La Habana -plenamente controlada, como fueron posteriormente las bolivarianas en Venezuela-, lo enmadejaron y se lo metieron en el bolsillo.

Esa cuidadosa escenografía nos ha costado a los venezolanos centenares de millones de barriles de petróleo y derivados y la que es ya una auténtica invasión cubana no sólo con médicos de regular formación, que hasta útiles resultan, sino de innumerables expertos en control de todo lo controlable, militares incluídos. Ha sido, aunque parezca absurdo, una invasión extranjera sin necesidad de desembarcos armados, castristas y chavistas nunca necesitaron un Día D tropical.

Como los ingeniosos Castro revenden alrededor de la mitad del crudo que la Venezuela que sujetan les envía, pues el dinero empezó a regresar a sus cajas fuertes.

Con lo que no contaron los Castro fue con la insólita incompetencia de sus hombres de confianza en Venezuela. Más que la caída de los precios petroleros, que no supieron prever, el desastre castrovenezolano ha sido la descontrolada corrupción y la indescriptible incapacidad del chavismo y su madurismo sucesor para gerenciar nada, hasta su corrupción tiene partes de estupidez.

Raúl Castro y su entorno, que ya andan desesperados buscando chinos y rusos que consigan petróleo en sus aguas limítrofes -que lo hay, sólo que a profundidades costosas y altamente riesgosas para el ambiente marino-, saben también que la creciente agitación en las calles venezolanas conlleva un elevado riesgo de que Maduro y su grupo terminen hundiéndose sea por fuga, sea por prisión, sea -como también les está pasando- porque los mismos maduristas están hasta las gónadas de torpeza y errores y se empiecen a apartar del incendio.

Por eso se libra la batalla final en las calles venezolanas.

Porque ya perdieron Argentina y Brasil, porque Bolivia mueve la cabeza, porque el heredero de Correa en Ecuador es correísta pero no Correa, porque los Ortega en Nicaragua son de confianza pero no confiables.

Si Maduro y el madurismo aferrado caen, el próximo paso, no necesariamente lejano, es el castrismo cubano.

Lo que Obama logró, y ojalá Trump no lo cambiara demasiado, fue que miles de cubanodescedientes, pero formados e incluso nacidos en Estados Unidos y en otros países, y de turistas de todas partes, viajen a la isla y se pasen unos días allá. Son nuevos testigos de la realidad del comunismo, pero también nuevos propagandistas del mundo que está más allá de las devastadas y vigiladas calles cubanas.

Ellos cuentan todo lo que el régimen castrista quiere ocultar, y siembran no sólo deseos, sino voluntades de cambio. Si el madurismo se derrumba, será un ejemplo y un motivo para la golpeada -pero no muerta- oposición cubana.