Jesús Peñalver: Inolvidable “victoria pírrica”

Jesús Peñalver: Inolvidable “victoria pírrica”

Jesús Peñalver @jpenalver

 

Hace casi ya diez años, Venezuela dijo ‘no’ a la reforma constitucional de desquiciado milico golpista Hugo Chávez. Por un estrecho margen, 50,7% frente a 49,2%, los opositores a aquel presidente venezolano, resentido y delirante, los venezolanos logramos infligirle su primera derrota en las urnas en sus nueve años de Gobierno que llevaba hasta entonces, cuando rechazamos una reforma que le hubiera dado un poder casi ilimitado. Bueno, ya sabemos cómo asumió el severo revés.

Por Jesús Peñalver

La Venezuela decente pudo demostrar una variante en nuestro modo de ver las cosas; votamos y derrotamos el diabólico modelo del muerto aquel, que pretendía imponer una reforma constitucional viciada hasta los tuétanos de nulidades.

A ese triunfo, el líder del tripaflojismo del siglo XXI llamó “victoria pírrica o de mierda”, con su consabido lenguaje sublime y decoroso.

Hace diez años, y siendo que todo el que detenta el poder en época electoral lleva alguna ventaja, la barbarie al mando de Chàvez, volvió a exhibir su alevosía. El rojismo se pasó de grosero y abusivo.

El oficialismo siempre ha jugado al ventajismo, utilizando el dinero que es del pueblo venezolano para hacer campaña electoral y el CNE ha sido cómplice silente en esta materia, a veces bullicioso y con brazalete.

Nada nuevo, pues ha sido inveterada la conducta del chavismo, usando hasta la saciedad recursos públicos dentro y fuera de campañas electorales, vulnerando de tal modo reglamentos de toda índole. Peculado de uso se llama eso.

¿Acaso esta conducta, de suyo ventajista y alevosa, encuadra en la comisión del delito de Abuso de Función Pública con fines Electorales, previsto y sancionado en el artículo 68 de la Ley Contra la Corrupción? Creemos que sí.

Hoy, como hace diez años, me hago eco del consenso generalizado entre los historiadores venezolanos, según el cual, todos los intentos de imponer Constituciones para mantenerse en el poder han conducido a eventos traumáticos para la salud de la República. Por eso dije no.

No pudo el proponente convencer a las mayorías, a pesar de su afán de adoctrinar a troche y moche, bolsitas, dádivas y kids mediante, y el infaltable eslogan mortuorio “muerte socialista en la patria”.

Solo los sarampionosos dedicarán horas, jornadas y mucho tiempo a leer o tragarse, mejor dicho, las obras del chino Mao Tse Tung, el manual de guerrillas del Che, y por supuesto, el pensamiento del Comandante, en fiel atención a la recomendación del régimen.

Llamé a aquel proyecto “reforma inconstitucional”, porque de verdad violaba la Constitución (aún vigente). Además, la constituyente es el debido procedimiento, contemplado en la misma Carta Magna, para los cambios que se querían hacer. Aquello modificaba sustancialmente la estructura del Estado, y ello no podía hacerse mediante reforma.

Era inconstitucional, además, pues el proyecto fue presentado ante una sesión extraordinaria de la AN, es decir, fuera del período ordinario de sesiones, lo que de suyo suma un elemento más que la viciaba.

Hace diez años encontramos justificada la preocupación de la Iglesia través de la Conferencia Episcopal, con relación a la sospechosa y soterrada reforma de la Constitución. Se refirieron los prelados a las señales antidemocráticas, al conciliábulo suerte de petit comité que bajo pacto de confidencialidad, y con la consigna mortuoria “Patria, socialismo o muerte”, pretendía echar a abajo todo el sistema de legalidad que debe sustentar el Estado de Derecho que sirve de base a la Democracia.

Hace diez años comprendimos que el Estado debe garantizar los DD. HH, según el principio de la progresividad, de allí que toda conquista, toda previsión, todo derecho o libertad debe ser protegidos hacia adelante, siempre con el propósito de mejoramiento, y nunca debe comportar un retroceso en su existencia, defensa o protección.

Hoy la barbarie continúa arremetiendo contra la disidencia política, periodistas y medios que no le son afines. Ahora con una pretendida ANC que prescinde de toda regla de derecho constitucional y legal; su llamado no cuenta con la aprobación del pueblo; el modo de elegir sus integrantes no garantiza la universalidad del voto, tampoco su carácter directo y secreto, entre otros no menos importantes vicios y nulidades que comprometen seriamente su legitimidad y legalidad.

Acoso y terrorismo judicial a la carta, a la orden de la satrapía. En lugar de escuchar la voz de los que piensan distinto y permitirse un lugar para el diálogo fructífero y necesario, el gobierno ofende desconsideradamente la voz del pueblo.

Hace diez años el derrotado aquel mostró sus dedos hechos añicos, la arrechera en su rostro insomne, su consabido delirio, su odio.

Tremenda victoria de “mierda” obtuvimos hace diez años. Ojalá se repita algún evento democrático que nos permita una alegría de parecida naturaleza.

Jesús Peñalver

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