Robert Gilles Redondo: La salida electoral

Robert Gilles Redondo: La salida electoral

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A José Rafael Herrera

“Fui seducido por Hitler. Creer en él no cansaba, era facilísimo”.
Günter Grass





En Venezuela, tras el agotamiento fatal de la República democrática, se realiza lo que Karl Popper consideraba “la paradoja de la democracia”. La consideración de este eximio pensador austriaco no admite apelación: Hitler asaltó el poder del III Reich tras la entrega que hizo el ya senil mariscal Hindenburg, apoyado en el voto de los alemanes pese a que en las elecciones de 1932 los nazis habían sufrido un notable golpe en cuanto a las curules del Reichstag. Una situación muy parecida, aunque distante en el tiempo, se realiza en Venezuela.

Lo que aquí se realiza entra en los parámetros de comparación con los crímenes cometidos en la Alemania nazi y en la Rusia estalinista. Y con el sistema de complicidades que ensombrecieron a la Europa de principios del siglo XX.

No debe sorprender entonces que algunos de los más notables pensadores y políticos venezolanos consideren que las elecciones regionales del próximo 15 de octubre, además de una paradoja, sean un peligroso cuchillo que puede terminar –independiente del resultado- por consumar el asalto final a la nación que el narco régimen se ha propuesto con la elección e instalación de la asamblea constituyente. Esa orgía de malvivientes cuyo objeto es convertirse en la instancia final de las decisiones nacionales, suplantando de forma definitiva la voluntad popular. Una prueba de ello es la decisión que dicha “constituyente” tomó al adelantar las elecciones regionales, lo que de facto implica para quienes participen en esos comicios el reconocimiento de esta organización criminal.

No pienso mal de los partidos que agrupados en la Mesa de la Unidad deciden participar en las elecciones, todo partido tiene vocación electoral, sino no lo es, lo malo es ver que el sacrifico del segundo trimestre de este 2017 que le costó la vida a casi ciento cincuenta ciudadanos asesinados, no era para desalojar del poder a la narcodictadura sino para, entre diálogos conocidos y desconocidos, convivir “democráticamente”, asumir algunas cuotas de poder y tratar de sostener la inmensa presión que cae sobre la dictadura para que en 2018 se produzca una elección.

Lo terrible de esta historia es mirar atrás y ver el camino recorrido, el camino ensangrentado de los inocentes que dieron su vida por el país en aquellas jornadas épicas de las manifestaciones de 2014 y este año. Mirar el camino que tenemos por delante por la sola permanencia de la dictadura en el poder: el colapso financiero de la nación, por las necesarias y justas sanciones impuestas por la Comunidad Internacional; el colapso humanitario, sin comida ni medicinas no nos queda sino un halo de muerte; el colapso moral, la necesidad de solucionar como sea la crisis que cada ciudadano tiene; el colapso político, que ya se está realizando, traducido en la dirigencia fallida que asume de forma autoritaria el monopolio de la conducción. Todo ello terminará por resignarnos a la “no-salida”, al país se nos fue de las manos y las grandes masas de la sociedad acabarían por admitir que al no haber salida no queda sino también convivir como lo hacen otros.

No me gana la desesperanza esta carrera cuando afirmo que todo lo logrado de nada sirvió. El desconocimiento que hizo el señor Henrique Capriles a la elección de Maduro en 2013; los asesinatos durante “La Salida” y el diálogo de 2014, la abrumadora elección de una Asamblea Nacional en 2015, la naturaleza fallida que ésta adoptó por culpa de sus propias omisiones y por el desmantelamiento atroz que le hizo el tribunal supremo de justicia. De nada sirvió meter a Bergoglio, el Papa, y sentarse en una nueva mesa de diálogo. Tampoco que nuestro valiente Episcopado asumiera la vanguardia moral de la nación. Y ¿qué decir de las decisiones y declaratorias que, aún ya fallida, hizo la Asamblea Nacional este año? ¿O de los más de cien muertos de las protestas que desde abril, cual primavera, florecieron por el supuesto canto de solemne de la rebelión que invocó la “dirigencia” política? Al decir todo esto sólo concluyo que nunca se ha puesto en juego el poder realmente, que todo ha sido pujar pero no parir. Que siguiendo convencidos que los indeseables del narco régimen pueden actuar de buena fe alguna vez, no sólo es ingenuidad sino el acatamiento directo de la condena que ellos nos imponen por la fuerza sin razón.

El régimen que apenas Maduro encabeza, aunque no lo dirija, no sólo no tiene buenas intenciones sino que cada paso dado para sostener la esperanza de una salida democrática por la vía electoral ha sido fríamente calculado y no pone en riesgo de modo alguno su existencia.

Tan atípica es esta dictadura como lógica su salida. Quien deriva en la condición criminal, sólo puede ser tratado como tal. Esto hace negativo el resultado de la aplicación de métodos convencionales que incluso en nuestra historia fueron utilizados para desalojar regímenes como el de Gómez y Pérez Jiménez (no hay analogías de estos con el chavismo). Tales métodos en nuestra dirigencia parecieran sólo tener el fin de entronizar estadistas que no lo son) o de “Mandelas”. Es decir, la satisfacción de un apetito personal y no el destino de la nación. ¿Por qué? Es un negocio muy rentable para algunos ser oposición.

No necesitamos que el presidente Donald J. Trump o Luis Almagro confabulen con el resto de países para poner sobre la mesa, como último y amargo cáliz, el desalojo de Maduro por la intervención de una fuerza militar extranjera. Basta con realmente unir los criterios y entender que a través de la movilización definitiva de todos los sectores del país y la acumulación de toda su fuerza es suficiente para cual David echar abajo a ese simulacro de Goliat que se sostiene por el dinero del narcotráfico, el silencio cómplice de las Armas de la República y la complicidad de otros tantos.

Y aunque es difícil entenderlo: no necesitamos gobernadores para derrocar la dictadura. Necesitamos derrocar la dictadura para salvar al país. ¿Acaso la Venezuela que amanecerá con casi la totalidad de gobernaciones opositoras será democrática? ¿Se dará por entendido que Maduro retornó al orden constitucional? ¿Aceptaremos desde entonces la existencia de la asamblea constituyente? Algo dicen hoy, algo dirán mañana quienes hoy, para preservar sus espacios ganados, invitan de forma vehemente a votar en una nación cuya Asamblea Nacional declaró el abandono del cargo de un Presidente y que invocó el derecho a la rebelión, un derecho que quizá acaba cuando conviene y que no se aplica al desconocimiento definitivo de las instituciones que componen al narco fallido Estado venezolano.

Pablo Neruda, el poeta austral, decía que “Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”. Nosotros como nación nos hemos negado morbosamente a este necesario encuentro. Hacerlo nos permitiría caer en cuenta el tamaño real de la monstruosidad que enfrentamos y ese entramado de intereses que la sostienen, sólo así entenderíamos la magnitud de la lucha que debemos entablar. La narcodictadura no cederá el espacio que nosotros no sabemos cómo ocupar.

El acatamiento por parte de nosotros mismos de la declaratoria del abandono del cargo que hizo la Asamblea Nacional, el respaldo consecuente –en la dialéctica, en el discurso público y en la práctica- con la Comunidad Internacional, el respeto a la solemne invocación de la rebelión, ejecutar el mandato del 16J: designar nuevas autoridades de los Poderes y conformar un Gobierno de Transición.

No es con fusiles ni con votos. Es con plena determinación de hacer lo que debe hacerse.

Para mí es simple, no voto. Y que nos asistan desde afuera o habremos perdido definitivamente la República.