Griselda Reyes: Siete crímenes nacionales

Griselda Reyes: Siete crímenes nacionales

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Leyendo “El decálogo” del reverendo William J.H. Boetcker, nacido en Alemania pero nacionalizado estadounidense, no solamente encontré que fue un político abiertamente conservador, sino también un influyente orador motivacional de su época (murió en 1962), que en cierto momento denunció lo que él catalogaba como pecados capitales cometidos por las personas en detrimento de sus naciones y que resumió en un folleto bajo el título “Siete crímenes nacionales”, el mismo que hoy empleo en este artículo.

Boetcker decía que el común denominador de las personas no quiere hacer o deja de hacer las cosas, esperando que venga un tercero a resolver los problemas que nos compete a todos resolver. Y esas actitudes las resumió en siete crímenes nacionales:





1. No pienso.

2. No sé.

3. No me importa.

4. Estoy demasiado ocupado.

5. Dejemos las cosas como están.

6. No tengo tiempo para leer ni descubrir.

7. No me interesa.

¿Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia? Los seres humanos tendemos a delegar en otras personas responsabilidades que nos corresponde asumir. Esto ocurre porque nos condicionan desde muy pequeños a que siempre habrá quien salte adelante para dirigir, guiar o resolver, mientras permanecemos en nuestra zona de confort.

Antes del boom tecnológico, cada vez que ocurría algo en Venezuela, nos enterábamos por los medios de comunicación tradicionales o por las versiones que corrían de boca en boca. Nos quejábamos, murmurábamos y comentábamos el acontecer diario en familia. Eso sí, la molestia la demostrábamos cada cinco años cuando nos convocaban a elecciones. Si los adecos lo hacían mal, los castigábamos votando por los copeyanos y viceversa.

Con la llegada de las nuevas tecnologías de la comunicación y de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, la realidad país cambió, no así la de gran parte de la población. Chávez con su carisma, embaucó a un porcentaje importante de venezolanos que vivía en los estratos sociales más bajos y que, hasta ahora, permanecían invisibilizados para quienes se negaban a ver más allá de su zona de confort y de sus comodidades.

Con el paso de los años, esa población tradicionalmente excluida se sintió empoderada y empezó a exigir del Estado venezolano atenciones. Chávez volcó su gestión hacia los desposeídos y sin entrar en detalles de todos los errores cometidos por él, que nos condujeron al caos en el cual estamos hoy sumidos, creó lo que él denominó “el hombre nuevo”, que no es más que una legión de venezolanos empobrecidos y embrutecidos que sólo dependen de la dádiva del gobierno.

Sin pretender ser despectiva, digo empobrecidos porque él y su sucesor Nicolás Maduro, aplicaron políticas que acabaron con la producción nacional, el empleo y el poder adquisitivo del venezolano. Hoy más del 80% de nuestra población vive en pobreza y en pobreza extrema. Y cuando digo embrutecidos, me refiero a que, al convertir a hombres y mujeres dependientes de las dádivas del Estado, les quitaron lo más preciado: su capacidad innata de aprender cualquier arte u oficio que les permitiera ganarse el pan con el sudor de su frente.

En Venezuela existieron escuelas técnicas que formaban a los bachilleres en trabajos productivos; así como instituciones públicas y privadas que se dieron a la tarea de formar para el trabajo; en Venezuela existió el INCE (hoy INCES) como organismo de capacitación en artes y oficios provechosos.

Hoy no se forma para el trabajo. Hoy se incita a la población a depender del Estado, vendiéndose la idea de que solo yo, Papá Estado, puedo dar garantizar de lo que tú nunca vas a conseguir por esfuerzo propio: comida, salud y vivienda. El problema está en que el Estado venezolano, en pleno 2018, no garantiza absolutamente nada: ni la vida, ni la salud, ni la alimentación, ni el empleo, ni la vivienda, ni la seguridad ciudadana.

Y muchos de quienes se quejan, siguen viendo los toros desde la barrera y no han entendido que la Venezuela de hoy no acepta mirones de palo.

He visto con perplejidad como muchos critican a los beneficiarios de los programas sociales del gobierno y los descalifican con cualquier cantidad de adjetivos peyorativos, sin darse cuenta que también son parte del problema. Los “superdotados” de Twitter, Facebook e Instagram no son capaces de mirar hacia adentro y comprender que todos somos parte de la solución.

Retomando los siete crímenes nacionales de Boetcker, los traigo a colación a la realidad venezolana. Muchos “no piensan” por flojera o porque prefieren creer todo lo que otros les dicen; otros sólo manifiestan que “no saben” lo que está pasando aunque lo viven en carne propia; a otro grupo “no le importa” la política porque si no trabaja, no come; algunos alegan estar “demasiado ocupados” para perder tiempo en cosas que no interesan como el destino del país, por ejemplo; hay otros que prefieren que la cosas “permanezcan como están” porque de alguna u otra manera se están beneficiando de este caos; otros “no tienen tiempo para leer” y documentarse, y un país sin historia y sin memoria está condenado a repetir los mismos errores una y otra vez; y a otro grupo simplemente “no le interesa” porque confía en que Dios tenderá su mano y no dejará morir de hambre y necesidad a los venezolanos o porque espera y clama por la aparición de un outsider, ajeno a los partidos políticos tradicionales.

Si no entendemos que todos somos responsables del país y de nuestro propio destino, la situación no cambiará. No solamente se peca de pensamiento y palabra, sino también de obra y omisión. Mientras andamos dando palos de ciego a cualquiera que comete un error dentro del lado de la oposición, en el lado gubernamental dan pasos firmes para consolidar el totalitarismo en Venezuela.

Quiero culminar con una frase del Comunicado emitido el 29 de enero por la Conferencia Episcopal de Venezuela, sobre la convocatoria a elecciones adelantadas hecha por la Asamblea Nacional Constituyente: “¡Despierta y reacciona, es el momento!, lema de la segunda visita de San Juan Pablo II a Venezuela (1996), resuena en esta hora aciaga de la vida nacional. Despertar y reaccionar es percatarse de que el poder del pueblo supera cualquier otro poder”.

Lic. Griselda Reyes
@greyesq