William Anseume: Tinieblas

Mi vecina, Luz Clarita, sin hacerle ningún honor a su nombre, desconoce EL Guri. También yo. Como muchos de ustedes. No sólo en su composición técnica, sino hasta su ubicación geográfica; sabemos que está, primero, o sea, que existe, que está ubicado en Bolívar, luego. Pero nunca hemos ido, tal vez nunca iremos. Tal cual algunos de esos célebres escritores, a Luz Clarita, como a mí, como a ustedes, El Guri le suena a portento bullicioso de agua y luz, a magnífica realización de la democracia, a estupenda arquitectura, a gloriosos materiales, a una ciencia y tecnología sin pares. Luz Clarita no tiene siquiera que saber de la existencia del Guri, ni de su magnificencia. Tal vez nunca se lo ha preguntado: ¿De dónde sale la luz? ¿Cómo llega a Caracas y al resto del país en un tilín? Ella enciende la bombilla, con una electricidad a la que se pega, gratuitamente, ladronamente, con un cable que su arriesgado marido le conectó, sin que ella supiera cómo, entre risas bullangueras, propias de aquel facilismo, de aquel “viva el pepismo” que condenaba, agraz, Úslar Pietri.

Luz Clarita confía, cada vez menos, desde hace unos cuantos años, en que en cada oportunidad, al desparpajo, que le dé al interruptor el bombillo encenderá y ella verá. Al respecto, hace veinte años, ella no se hacía preguntas, ni maldecía, ni mentaba progenitoras turbias. Sin embargo, luego, ante cada ausencia de su homónima, casi filosofa: ¿Por qué se va la corriente? ¿Por qué no viene? ¿Coño, será que no va a venir hoy? Pero sus clamores, cuasi religiosos, tienen una más o menos pronta respuesta, cuando, al término de la cuarta hora, ella alumbra la cocina a punta de velón o vela, o de yesca, para hacerle el tetero al otro bebé, o para bañarse con el tobo que quedó, con la finalidad de estar “a tono” para recibir al marido que llegará de batir la pega diaria de la posible subsistencia, cada vez más profundamente estragada.





De las preguntas, ya Luz Clarita pasó a las imprecaciones consuetudinarias. Ese momento larguísimo, cuando la luz no vino más en un día, en dos, en tres y más… A Luz Clarita, lo dice, no le importa para nada si es sabotaje gringo o ruso, si ese saboteo tiene nombre o apellido, si las reparaciones que en veinte años no se hicieron las harán en cuatro días enteros, si se cogieron los reales, si la represa del Guri, o la de la Pereza, o la estación Macagua dejaron de funcionar, ni por qué. A Luz, sólo le importa que haya homónima cuando la busque de encender, para cocinar viendo, para reír un rato al día con la tele, para bañarse. Lo demás le sabe a rábanos que no ha comido en días.

Luz Clarita, de inmediato, percibe la realidad, sin profundizar mucho en las inquietudes propias y ajenas. Esto no sirve. Esto, así, no funciona. Debe ser el único país del mundo que, además de todas las calamidades que se le imponen desde el poder, padece el hecho de pasar varios días sin luz. ¿Cuántos muertos más, innecesarios, de la inclemencia, en los hospitales? ¿Cuántos niños muertos? ¿Algún día lo sabremos? Luz Clarita llora, una vez más. Y si es una guerra eléctrica, como repiten cual loros o pericos, los de las misiones y algunos jerarcas del “gobierno” saliente, otra más de las guerras que les montaron a estos depravados de la política mundial, pues la pierden por ineptos, por descuidados, por ligarse a lo que no deben, dice Luz Clarita. Y si se dejaron sabotear, sin que haya siquiera autoría que reconozcan los criminales, siguen siendo ineptos, descuidados, irresponsables y depravados en la política y en todo, los usurpadores del poder soberano. No tienen responsabilidad para velar por los ciudadanos en lo más mínimo, y deben irse ya, han debido irse ya hace tiempo. No sirven para nada. Presos batiéndose entre las peores rejas del mundo deben estar cuanto antes: a La Haya, a las pailas, a dónde sea, que se vayan…

En medio de su oscuridad, entiendo bien por qué mi vecina se llama Luz Clarita.
wanseume@usb.ve