El bloqueo de cruceros de EEUU a Cuba pone en riesgo las finanzas cubanos

El bloqueo de cruceros de EEUU a Cuba pone en riesgo las finanzas cubanos

El gobierno de Trump prohibió los viajes en crucero a Cuba a principios de junio (Foto: Elizabeth Ruiz/ Cuartoscuro)

 

En el muelle de San Francisco, punto de atraque de los cruceros que llegaban a La Habana desde que la Administración de Barack Obama permitió este tipo de viajes, el paisaje era este sábado desolador. Poco o poquísimo movimiento de turistas en la plaza y sus calles aledañas, igual que en el cercano almacén de San José, espacio donde cada día medio millar de artesanos se reúne a vender souvenirs. Desde el 5 de junio, cuando zarpó el último barco para no volver, en estos antiguos almacenes de depósito de azúcar del puerto solo entran a comprar regalos cuatro gatos, “y es mucho decir”, señala una joven que vende maracas. “La verdad es que ha acabado con nosotros el rubio malo [en referencia al presidente de EE UU, Donald Trump]. Hace una semana me iba con cien dólares diarios, ahora si hago 20 es mucho”, reseñó El País.

Para la frágil economía cubana, la reciente decisión de Trump de prohibir a las compañías estadounidenses de cruceros tocar puertos cubanos —el año pasado transportaron el 18% de los turistas llegados a la isla— y eliminar la famosa modalidad de turismo people to people (contacto entre pueblos), utilizada por más de la mitad de los 640.000 estadounidenses que visitaron el país en 2018, supone un golpe todavía difícil de medir, pero duro. Según las compañías de cruceros, la prohibición afectará a unas 800.000 reservas el primer año, lo que compromete la meta que Cuba se había fijado de llegar a cinco millones de turistas en 2019.





Doce de las 17 líneas de cruceros que operaban en Cuba hacían escala en La Habana. Y en el centro histórico, donde el sector privado es pujante, este sábado parecía que había caído una bomba. De los cien paladares (restaurantes privados) y más de 300 cafeterías particulares que operan, la mayoría trabajaba a un cuarto de gas. Los cruceristas desembarcaban frente a la Lonja de Comercio y subían por la calle Obispo hasta el Floridita, verdadero termómetro del turismo en la capital: no tomarse un daiquiri en el bar en que Hemingway acostumbraba a abrevar e hizo famoso es como no haber estado en La Habana. Antes al Floridita no se podía entrar, hoy sobran los asientos y la mesas y los camareros calculan a ojo que el mazazo es del 50%, o más. A pocos metros, en el parque Central, una larga hilera de autos descapotables estadounidenses de los años cincuenta aguarda por clientes, aunque sin demasiadas esperanzas. “En una semana hemos perdido más del 80% del negocio”, dice Luis Manuel Pérez, chófer de un Chevrolet 1954 Bell Air color sangre, uno de los más de 400 autos clásicos que se dedican a pasear turistas por la ciudad a 30 dólares la hora, incluida la conversación. “Llevo aquí desde las siete de la mañana y seguramente hoy de nuevo me iré en blanco”.

Luis afirma que a quien más afecta la medida de Trump es al sector privado —en el que trabajan unas 600.000 personas—, no al Gobierno. El argumento esgrimido por Washington para prohibir los cruceros y el people to people es la necesidad de acabar con los beneficios económicos que los visitantes de EE UU brindaban al Gobierno, para que este no los utilice en apoyo de Nicolás Maduro en Venezuela. “Es mentira. A quien nos aplasta es a nosotros, a los cuentapropistas”, opina Luis, y lo confirman a su lado varios cocheros de carruajes de caballos (en La Habana Vieja trabajan cientos), otro de los perfiles laborales muy perjudicados.

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