María Corina Machado: ¡Privatizar ya no es grosería!

Arepas, bicicletas, satélites, camiones, café, azúcar, cabillas, celulares, ganado, petróleo….todo, la producción de absolutamente todo en manos del “Estado”, en realidad burócratas del Gobierno, y la gente trabajando para servirle y comprando y comiendo lo que el Estado decida. “Exprópiese” gritaba, y se llevaba por delante los ahorros de una vida o de varias generaciones de trabajo decente invertidos en una carnicería, una finca, una zapatería, un hotel, un central azucarero, una empresa de servicios petroleros… Más de 5 millones de hectáreas de tierra productiva arrebatada, cientos de comercios y empresas robados a sus dueños; la aniquilación de la propiedad privada en aras de la “propiedad comunal”…

Como era previsible e inevitable, terminaron quebrando las empresas que ocuparon, destruyeron la producción nacional, acapararon la importación y saquearon y quebraron PDVSA. El resultado es escasez, inflación, hambre y éxodo.

La obsesión socialista durante los últimos 20 años pretendió convertir las palabras “privado” y “privatización” en groserías. Hoy, es claro que lo que significa una grosería, es precisamente la palabra socialismo. Inventaron que al estatizar hacían “justicia social”, en realidad, era la cobertura perfecta para el saqueo.





Los venezolanos sufrimos en carne propia lo que significó arruinar una nación en medio de la bonanza petrolera más grande de su historia. No pueden alegar que no hubo plata; la hubo y en exceso.

En Venezuela hoy existen más de 500 empresas estatales, todas arruinadas, prestando pésimos servicios o paralizadas. La mayoría de ellas funcionaban eficientemente antes de ser tomadas por el Estado. En las que todavía se encuentran activas, la corrupción y la falta de mantenimiento de las instalaciones va como un cáncer, destruyendo lo que aún queda de ellas. Todos perdemos con esta tragedia: los consumidores se quedaron sin productos de calidad a precios competitivos, los trabajadores perdieron sus empleos, y los emprendedores su propiedad.

Ese Estado voraz, que ocupó todos los sectores productivos, simultáneamente fue volviéndose más incapaz de proveer los bienes públicos que son propios de un gobierno, como son la seguridad personal, el ejercicio de la soberanía, un sistema de justica sólido, autónomo e independiente que garantice un Estado de Derecho, seguridad jurídica y la igualdad ante la Ley, y la garantía de acceso a educación y salud de calidad.

Afortunadamente, aquí, cerca de Venezuela, las cosas están cambiando. Esta misma semana en Brasil, el gobierno del Presidente Bolsonaro anunció la privatización de nueve empresas, que junto a otras conforman la lista de 17 que pretende privatizar, entre ellas Correos y el puerto de Santos, el mayor de América Latina.

Esto es muestra de una clara disposición de Bolsonaro a abrirse a los mercados, en promover la inversión extranjera, en estimular la generación de empresas y creación de empleos, para que haya una sociedad autónoma y productiva, generadora de riqueza, y que hace que con sus impuestos el gobierno sea dependiente de la sociedad y esté obligado a rendir cuentas.

Zapatero a sus zapatos. A pesar de 20 años de socialismo mafioso, en Venezuela hoy estamos más claros que nunca de lo que funciona y de lo que no funciona, y de la necesidad impostergable, a partir de un proceso de Transición, de llevar adelante dos grandes transformaciones.

La primera, desde la perspectiva ideológica, es construir un Estado sólido y reducido, al servicio del ciudadano, para que éstos usen todo su potencial en crear y producir riqueza. Por lo tanto, hay que empezar por privatizar aquellos activos que están en manos del Estado y por eso impide que los venezolanos nos proveamos de bienes y servicios.

La segunda, en el ámbito ético, desde el gobierno garantizar el Estado de Derecho que acabe con la impunidad y que sea también garante de un sistema de competencia amplio y justo, sin privilegios ni corrupción.

Sí, enfrentamos una encrucijada: la oportunidad única de producir una ruptura histórica con las prácticas estatistas, populistas, clientelistas y socialistas que produjeron un Estado hipertrofiado y un ciudadano pequeño. Vamos a un país de emprendimiento y propiedad, de trabajo, innovación y excelencia, en el cual absolutamente todos los sectores de la actividad económica estén abiertos a la competencia, con transparencia y reglas de juego iguales para todos.

Entonces Venezuela será grande, próspera, justa y rica.