Luis Alberto Buttó: El discurso necesario

Luis Alberto Buttó: El discurso necesario

 

En los días que corren, en el pensar y sentir de la sociedad venezolana se evidencian serias contradicciones, al punto que, precisamente, de la resolución de esas contradicciones depende en buena medida el destino de la nación. Dejemos atrás los inútiles actos de fe: ningún futuro está cantado de antemano; todo futuro se escribe con la acción de la gente. Por más que se mire al cielo esperando el advenimiento de milagros ansiados, estos no van a tocar la puerta.





En la gruesa mayoría de la población reina la certeza de que la autodenominada revolución bolivariana es la causante de los males que la acogotan, razón por la cual mientras ésta permanezca en el ejercicio del poder ninguna desgracia podrá ser resuelta. La gente sabe que o se cambia de gobierno y de modelo político-económico o el país nunca saldrá del infierno en que lo sumió el socialismo no del siglo XXI sino del fin de los tiempos, dado el inmenso y apocalíptico daño causado. Pero, al mismo tiempo y contradictoriamente, importante porcentaje de la población está hoy convencida de que este gobierno jamás será derrotado por las fuerzas que se le oponen. Esto es, el pesimismo restándole espacios al deseo de cambio. A muchos venezolanos se les desvaneció la esperanza y en ellos creció la creencia de que las únicas salidas son huir, resignarse y/o adaptarse. Son muchas las derrotas en el haber y quien está obligado a explicar la contundencia de las victorias alcanzadas lo hace sin tino ni eficacia, o simplemente no lo hace.

Se entiende que el gobierno mantenga la narrativa encaminada a incrementar el sentimiento de derrota anticipada en la población; al fin y al cabo, ésa es su malévola tarea y la desarrollará en función de sostenerse en el tiempo. Tarea perversa en la cual, por cierto, lo acompañan diletantes de la política y/o de la opinión pública, acordados o no con la maldad reinante. Lo inadmisible del asunto es que el liderazgo opositor que verdaderamente cuenta no comprenda o desatienda su obligación de desarrollar sólidas narrativas alternas que permitan sacar del terreno del fracaso aprendido a quienes, por razones indiscutidamente válidas, allí se encuentran estancados. Proporcionarle a la gente motivos suficientes y creíbles para abandonar el espacio del desaliento es, precisamente, la principalísima e impostergable labor de aquellos que pretenden guiar el cambio. No hacerlo es perder capacidad de convocatoria; es decir, dilapidar el recurso principal con el cual se cuenta para impulsar las transformaciones necesarias.

Al llamar al pueblo a la movilización hay que darle motivos verdaderamente valederos para dejar atrás el miedo que humanamente siente ante la estela dolorosa que ha dejado la represión inclemente. Al llamar al pueblo a la movilización hay explicarle el porqué de las inconsistencias e incoherencias evidenciadas en el devenir de la acción política previa y, si es preciso disculparse por ello, es perentorio hacerlo con la humildad que las circunstancias demandan. En política, la soberbia no pare buenos líderes; por el contrario, los aborta. Al llamar al pueblo a la movilización no se le puede recriminar si no acude ni sugerirle que por ello estará en connivencia con el gobierno que le acarrea hambre. Al llamar al pueblo a la movilización hay que recordar que ese pueblo, para acudir a marchas o concentraciones, debe dejar de salir a la calle a ganarse lo poco que pueda para darle de comer a los suyos y por eso debe explicársele con meridiana claridad porque es necesario hacer un alto en la sobrevivencia y asumir el sacrificio que ello implica. En contraposición, el liderazgo no puede argumentar que también él se está sacrificando, sea ello verdad o falacia. A fin de cuentas, la responsabilidad del líder es asumir lo difícil e ingrato de su misión y la única recompensa a la que debe aspirar es al apoyo de la gente, a la cual debe respetar por encima de cualesquiera otras consideraciones. De ese respeto nace la confianza y líderes sin la confianza de la gente no son más que arbustos estériles.

Convoca, sí. Eso es bueno y necesario. Pero, no olvides: primero convence.

 

@luisbutto3