Lucía: La pelota que soñaba con llegar al Salón de la Fama

Lucía: La pelota que soñaba con llegar al Salón de la Fama

 

Las estrellas existimos para dar luz a las maravillas. Cada estrella que brilla en el cielo tiene como misión iluminar los grandes momentos que ocurren en la Tierra.





Hay una estrella para la música y sólo una para el rock. Otra alumbra la pintura. La de más allá se encarga de todo cuanto se escribe. Una muy brillante es la del teatro, pero la luna es para los poetas…

Por: Mari Montes / Prodavinci

Yo soy la estrella del béisbol.

Para que puedan ubicarme, si se fijan bien, soy la más luminosa.

Desde aquí he iluminado batazos inmensos y jugadas que sólo yo sé que son posibles.

He sido el lucero de la alegría de muchas y emocionantes historias, como ésta que voy a contarles: es una de mis favoritas.

Érase una vez en Costa Rica, semanas antes de comenzar la temporada de béisbol de Grandes Ligas de 1998.

Comenzó una fresca mañana en el pueblo de Turrialba, al pie del volcán, donde Álvaro despertaba cada mañana con el olor del café con papelón que le preparaba Marina, su esposa. A esa hora, él estaba listo para irse a trabajar.

Se acostaba muy tarde peleando con el pequeño radio donde escuchaba los juegos de las Grandes Ligas. La señal iba y volvía en momentos que parecían escogidos para no saber qué había hecho el cuarto bate con la de irse arriba en tercera, si el lanzador había logrado el “0” o si se había prendido un rally.

Todas las noches Álvaro hacía lo mismo: regresaba de la fábrica, cenaba y se sentaba al lado del aparato a disfrutar las narraciones del béisbol hasta que caía el último out.

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