Simón García: Política para la gente

En medio de la tragedia de la pandemia, que se añade al aglomerado de crisis creadas por el régimen, puede no parecer oportuno referirse al riesgo de reproducir en la oposición conductas autoritarias propias del sistema que intenta dominarnos y controlarnos a perpetuidad.  

Pero es necesario hacerlo  ante la exasperación de una ofensiva extremista, movida por una ambición de hegemonía, que insiste en anular el debate, la critica y el derecho a la disidencia. Opiniones y análisis, en vez de ser examinados por sus argumentos, son condenados a priori, descalificados y sometidos a tormentas que combinan censura con desprestigio desde las poderosas redes virtuales. 

El extremismo oficialista convierte a sus adversarios políticos en objetivo militar y propugna su exterminio como lo muestran los presos políticos del régimen, las persecuciones y violaciones a toda clase de derechos. En la oposición, estos sectores extremista consideran, hasta ahora afortunadamente de palabra, que el único combate posible al gobierno es con balas. Unos y otros se enfilan contra el pluralismo realmente existente en un país que aspira construir condiciones pacíficas para salir del régimen. Ambos quieren evitar elecciones libres y justas. Ambos sustituyen lo racional con lo emocional, la política por la amenaza.





El fuerte deseo de salir de la pesadilla nos hace aceptar salidas rápidas que alargan el camino, disparates que nos emocionan para frustrarnos, falsos clichés como “dictadura no sale con votos” o acciones con buena portada que terminan por  unificar al campo adversario. Actitudes como estas le abrieron las puertas a Chávez. 

El ejemplo reciente es el “se busca” de la Fiscalía de EEUU, que ha enloquecido a los propagadores del todo o nada, sin examinar por qué se produce, las consecuencias para nuestra vida cotidiana, las repercusiones para la transición a la democracia y los efectos en la coalición dominante. Lo de la recompensa no es puro dulce de lechoza.

El júbilo porque sean otros los que resuelvan nuestro problema revela un pesar: los que amparan solidaridades inconvenientes han arribado a la pérdida de esperanza en sus propias capacidades.  Descartan la solución electoral porque son minoría. Su tabla de salvación es revolver el río. Por eso la locura de apostar que el virus derrote al gobierno y lo saque.   

Es una inaceptable y costosa manipulación sostener que primero hay que salir de Maduro para combatir el Conavid-19 después de su secuela de muertes. Es una jugada inaceptable convertir la lucha contra el virus en parte del conflicto político, como lo procuran los dos extremismos. La polarización ha comenzado a transitar, desde ambos polos, hacia una forma suicida.

Una pandemia de neumonías, dada la precariedad de nuestro sistema de salud, puede adquirir proporciones catastróficas si no logramos combatirla entre todos, aunque no estemos juntos políticamente. No pedimos un dialogo sino una reunión para aprobar medidas concretas para dotar a los hospitales de test de diagnóstico, respiradores artificiales, crear más camas, habilitar salas de cuidados intensivos, atender necesidades de alimentos y servicios básicos, proteger salarios, preservar y reconducir sectores productivos. 

Es un acuerdo humanitario que requiere del concurso de Maduro y la AN.  Se trata de velar por el derecho a la vida amenazado por el virus, sin renunciar a las posiciones y oposiciones en la rivalidad interna. Se trata de abrir una tregua para hacer política para la gente. ¿Es mucha la exigencia?