Gabriel Reyes: Venezuela 2020, ¿Se decreta la muerte de la Sociedad Civil?

Una sociedad civil sin Estado supondría una comunidad de hombres y mujeres homogénea, sin intereses, deseos ni aspiraciones contrapuestas. Un Estado sin sociedad civil sería el triunfo del poder a costa de la derrota de la sociedad civil.
Cansino y Ortiz.

En las postrimerías del siglo pasado, un personaje que emerge como el consejero más cercano al recién electo Hugo Chávez declaraba a los medios una frase que se hizo muy famosa cuando le preguntaron qué pensaba de la sociedad civil. Dijo: “¿Con qué se come eso?”

Y es que ha resultado para muchos un constructo complicado de operacionalizar, inclusive para los estudiosos de las ciencias sociales, toda vez que los entendidos en la materia reconocen su carácter polisémico y evidentemente complicado.





Tal vez la aproximación más cercana a lo digerible por este escribidor y sus lectores resultaría la definición de Cohen y Arato quienes señalan que la Sociedad Civil “… se refiere a las estructuras de la socialización, asociación y formas de comunicación organizadas del mundo de la vida, en la medida en que han sido institucionalizadas o se encuentran en proceso de serlo.” concluyendo entonces, que la sociedad civil debe poseer autonomía respecto del Estado, así como de la economía formal, y, muy conveniente y necesaria, de los partidos políticos y de las organizaciones gubernamentales.

En Venezuela, la conceptualización de la Sociedad Civil se diluye ante la influencia perversa de la política con p minúscula que generó espacios con sesgo evidente de apoyo y participación a corrientes oficialistas y de oposición para generar grupos de presión y participación útiles a sus intereses particulares.

Al realizar un inventario de los elementos que integran nuestra Sociedad Civil, encontraremos a los gremios, sindicatos, ONGs, asociaciones de vecinos, cámaras de comercio, clubes sociales, comunidades educativas, y de allí hacia un plano más específico, podemos señalar que las comunidades condominales, asociaciones de padres y representantes de los planteles educativos, y muchas otras que lucha por desmarcarse de la ambición de los polos interesados en convertirlas parte de su capital político y en generadora de potencial electoral.

La realidad actual de la Sociedad Civil venezolana representa una tragedia en sí misma, ya que su propia existencia pareciera servir de escenario para más diferencias entre sus miembros que en la oportunidad de concertar proyectos que apunten al progreso individual y colectivo.

Las principales razones de este fenómeno, que este año ha sido algo exponencial, se fundamentan en la apatía de muchos de sus integrantes naturales, dirigentes o dirigidos, en la desesperanza que no atienden al llamado de integrarse a sus filas por la carencia de expectativas materializables a corto plazo, en el sesgo político partidista que las trata de convertir en canteras de votos y participación política, rechazado por la mayoría de los venezolanos, y en una razón económica muy marcada y acelerada con la devaluación exponencial de nuestro signo monetario y con la dramática pérdida de poder adquisitivo del venezolano.

Hasta pagar el condominio se ha convertido en una calamidad en muchos hogares declarando la quiebra de muchas propiedades multifamiliares que no encuentran como enfrentar su gasto común generando el deterioro y abandono de espacios e instalaciones que otrora ofrecían calidad de vida y esparcimiento a sus propietarios.

Los sindicatos y gremios no encuentran otra motivación de lucha más evidente que exigir salarios justos que nunca llegan y que impiden su efectividad política como grupo de presión, sobre todo si son anestesiadas por la represión policial/militar, y dejan de ser referentes en la lucha política nacional.

Los colegios profesionales, desprovistos de reconocimiento por el gobierno, y carentes de recursos propios para articular mejoramiento profesional, son condenados a ser una suerte de vestigio de la Venezuela que dejó de existir, aunque algunos les cueste reconocerlo.

Estos dos segmentos se enfrentan también a su incapacidad material de mantenerse en pie, ya que las cotizaciones de sus miembros son cada vez más escasas por el costo de oportunidad que representan en el presupuesto familiar de sus afiliados.

La educación privada y todos los vectores de Sociedad Civil que de ella se deprenden perdieron el rumbo ante la inefectividad de sus protestas y la incapacidad de pago de sus miembros, a obligaciones históricamente obvias y respetadas como tales.

Las ONGs, atadas de mano ante la persecución implacable de su financiamiento desde el exterior, son anuladas y condenadas a desaparecer por la inefectividad de sus acciones por iliquidez presupuestaria.

En resumen, entre la intolerancia al disenso político y la incapacidad económica de sus miembros, la Sociedad Civil venezolana tiende a debilitarse en grado superlativo como balance de un año 2020 donde no solo la pandemia dejará su secuela en el proceso inefable de desgarramiento del tejido social y la pérdida sistémica y sistemática de la ciudadanía como elemento que posibilita el ejercicio pleno de nuestros derechos.

A la Sociedad Civil Venezolana la han condenado a morir de mengua y debe enfrentar el reto el próximo año de regenerar espacios y fortalecer instituciones en un proceso de reingeniería donde el recurso humano comprometido con un cambio real para nuestro futuro sirva de aliento para soportar los embates del pensamiento único y la feroz arremetida de la miseria en todo el territorio nacional.

De allí nacerán nuestros líderes del futuro, nuestros verdaderos constructores de un porvenir diferente, de una Venezuela de todos, y para todos, donde se recupere el progreso y la calidad de vida como motivadores de la lucha cotidiana de un pueblo noble y decidido a propiciar el cambio que todos queremos, y que, Dios mediante, lograremos.

Amancerá y veremos…