Ironía: Creadores de Superman vivieron en la miseria pero su primer ejemplar fue subastado por millones

Jerry Siegel y Joe Shuster, creadores Superman. Foto: Cortesía.

 

Hace 83 años alguien pagó 10 centavos por la revista. Tal vez le causó intriga el nombre, Action Comics; tal vez lo atrajo ese hombre en traje azul, slip rojo y capa a punto de revolear un auto. O tal vez fue sólo un chico al que el padre llevó a comprar algo en el kiosco y al no encontrar nada mejor, se llevó casi al azar ese número inaugural.

Por Infobae





Después quedó olvidada por ahí en medio de una pila de revistas de cine. Eso provocó que durante años nadie ni siquiera la recordara, pero también hizo que se preservara.

En ese primer número de Action Comics que salió en abril de 1938 aparece por primera vez Superman. Es el inicio de no sólo de este personaje sino de todo un género, el de superhéroes.

Esta semana uno de esos ejemplares fue subastado por un precio récord. Un comprador que prefirió permanecer anónimo lo compró por 3.250.000 dólares.

En su momento se editaron decenas de miles de ejemplares pero hoy, 83 años después, quedan menos de cien. Y de ese escaso centenar son muy pocos los que están en buen estado.

El estado de conservación de una revista de este tipo siempre es importante e influye decisivamente en su valor final. El subastado a comienzos de esta semana fue calificado como MINT, el nivel superior. Para que una revista llegue a la categoría MINT debe estar nueva, que la tapa conserve su brillo original, que las páginas no tengan puntas ajadas, ni haya doblez alguno. Como si nadie la hubiese leído jamás, como si del kiosco de revistas hubiera sido llevada al remate. Una paradoja: pagar más de tres millones por una revista que no se puede ni siquiera hojear, cada página que se pasa, el valor decrece.

Este ejemplar en particular ya conoce las casas de remates. Es la cuarta vez que es subastado. La última fue en 2018 y su comprador había pagado poco más de dos millones de dólares. Una inversión invencible: en tres años ganó más de un millón de dólares.

Por un ejemplar de esta edición se pagaron 3,25 millones de dólares en una subasta. Foto: Cortesía.

 

Si este ejemplar le proporcionó una fortuna a su anterior propietario, no sucedió lo mismo con los creadores del personaje. Uno creería que con su vigencia, su reencarnación en todos los formatos posibles (revistas, libros, películas, series, muñecos, juegos, y toda forma conocida de merchandising), los que le dieron vida al hombre de acero y sus sucesores disfrutaron de una vida acomodada, viviendo de las regalías y de los honores. Pero no fue así.

Jerry Siegel y Joe Shuster crearon a mediados de la década del 30 un nuevo personaje. Un súper hombre que provenía de otro planeta. Las balas rebotaban en él, tenía una fuerza descomunal. Todavía no volaba: daba enormes saltos. Vestía de manera algo particular: unas calzas largas con un calzoncillo encima, una S en medio del pecho y una capa. Todo rojo y azul. El nombre, sin originalidad pero con impacto, era una evidente descripción del personaje: Superman.

Siegel desarrollaba los personajes y escribía los guiones. Shuster dibujaba. Los dos jóvenes vivían en Cleveland -ciudad que hoy se proclama con orgullo como “la cuna de Superman”– y desde allí trataban de hacerse un lugar en el mundo de las historietas, un mercado que iba creciendo. En 1935 lograron que les compraran por 6 dólares la página sus dos primeras creaciones: Doctor Oculto y Henri Duval,. El otro personaje, al que ellos le tenían fe, no interesaba demasiado a los editores.

A principios de 1938 llegó la carta que habían esperado. Les pedían 13 páginas de su historieta protagonizada por el hombre que rebotaba las balas para una nueva revista.

El primer número de Action Comics apareció en abril de 1938 (en la tapa decía “Junio 1938” por la costumbre de las revistas norteamericanas de poner la fecha de devolución y no la de la salida).

Superman, el héroe de los calzones a la vista y la capa, levanta un auto por sobre su cabeza mientras varias personas huyen despavoridas. En la tapa no se mencionaba el nombre del personaje ni el de las otras muchas historietas incluidas en ese número. La revista tuvo un suceso moderado. Semanas después, Siegel y Shuster recibieron el pedido que esperaban. Más aventuras del personaje. que siguió apareciendo número tras número hasta volver a la tapa en la séptima entrega. Action Comics en ese breve lapso había duplicado sus ventas. La razón del éxito: Superman.

Los historietistas estaban muy satisfechos. Veían como por las calles había chicos que representaban a su creación. Habían cumplido un sueño. Pero en el fragor de hacerse un lugar en la incipiente industria, de tratar de vivir de lo que les gustaba, no se percataron en qué condiciones habían pactado la contratación. En realidad, las condiciones eran las de siempre, las que solían firmar. Un contrato cerrado y leonino, en favor del editor a cambio de la paga acostumbrada. Fueron 130 dólares, a razón de 10 dólares por página. La letra chica del contrato, esa que ellos ya no leían, decía que a la editorial le quedaban todos los derechos futuros que generara el personaje y que los autores nada más tenían que reclamar.

Superman gracias a su éxito abrumador, en poco tiempo tuvo su propia revista. Y logró lo que cualquier historietista desea: la sindicación. La publicación en cientos de diarios de todo Estados Unidos. Una tira diaria y la edición especial del domingo. Cuando eso sucedió, Shuster y Siegel acudieron a la editorial a reclamar por su parte, a sostener que el personaje y el trabajo les pertenecía. Los directivos rechazaron sus pedidos blandiendo el papel firmado meses antes. Superman ya no les pertenecía. Creyeron que era una situación pasajera pero los hechos les demostrarían lo contrario.

Los creadores en plena tarea. Mientras ellos hacían las historietas, el contrato que habían firmado había cedido todos los derechos a la editora. Foto: Cortesía.

 

Los directivos aumentaron la paga de los creadores a través de un contrato de diez años de duración. Los autores tenían un muy buen pasar. Ganaban una pequeña fortuna en comparación a sus ingresos anteriores y al resto de sus colegas. Sin embargo eso era una miseria respecto a lo que producía el personaje. Superman se había convertido en un fenómeno que estaba destinado a perdurar. Atravesaba las edades y que día a día pedía recalar en otros formatos. Así, además de seguir en Action Comics y en los diarios, tuvo su propia publicación que agrupaba trabajos anteriores y se extendió hacia la radio y el cine.

Shuster y Siegel siguieron trabajando. Mientras Siegel deseaba seguir escribiendo él mismo cada guión a pesar de que el trabajo ya era muchísimo a esa altura, Joe Shuster debió poner a un equipo de dibujantes a trabajar para él. Su salud empezó a declinar.

Los pagos seguían siendo amplios pero habían perdido el control de su personaje y veían como los editores amasaban una fortuna descomunal. Los reclamos continuaban.

Jerry Siegel fue alistado en el ejército en medio de la Segunda Guerra Mundial. No fue enviado al frente europeo. Su destino fue Hawai. Mientras él se encontraba reclutado, los de National, la casa editora, decidieron publicar Superboy, una creación de Jerry SIegel que en su momento habían rechazado. Naturalmente también fue un éxito.

Esa fue la llave para un nuevo reclamo. La presentación judicial la realizaron por los dos personajes. Lo de Superman no prosperó. El juez consideró que la cesión de derechos de aquel contrato primigenio era válida. Pero les reconoció los derechos sobre Superboy, como un personaje independiente. Los editores y los artistas llegaron a un acuerdo. Se les pagó 94 mil dólares a Shuster y Siegel que cedían los derechos a perpetuidad y declaraban que nada más tenían que reclamar a National (la actual DC Comics). Faltaban pocos meses para que el contrato por diez años finalizara. Transcurridos esos meses, la empresa despidió a Shuster y Siegel. No querían saber más nada con ellos, ya habían dado lo mejor de sí y temían nuevas presentaciones judiciales.

Ellos pensaron que siendo los creadores de Superman les esperaba un futuro promisorio. Trabajo en la competencia, nuevos personajes, revistas propias. Pero nada de eso sucedió. La industria se había profesionalizado, había avanzado hacia un sitio que ellos, enfrascados en las aventuras del hombre de acero, no habían podido seguir. Siegel consiguió algún trabajo que no duró demasiado con Stan Lee en Marvel, mientras que a Shuster la pérdida de visión progresiva ya le hacía imposible dibujar.

Sus nombres fueron borrados de su personaje. Los productos de Superman seguían apareciendo por todos lados. La serie televisiva con George Reeves fue un éxito. Cada vez que veían su creación en un kiosco de revistas, en la cartelera de un cine, en la contratapa de un diario o lo escuchaban por la radio un dolor les atravesaba el esternón. Superman generaba fortunas y gozaba de gran vida pero sus creadores, Shuster y Siegel, no recibían un peso ni reconocimiento por su personaje.

La amargura los fue colonizando. Shuster se convirtió en empleado de correo y algún día tuvo que llevar un paquete al mismo edificio en que la editorial tenía sus oficinas. Alguien lo vio y lo hicieron subir a encontrarse con sus viejos editores que no podían creer la situación del dibujante. Ese día apenas recibió de ellos una propina y un consejo para que cambiara de trabajo.

En las revistas mostraban a los jóvenes como los creadores del fenómeno: la empresa ganaba millones, ellos no. Foto: Cortesía.

 

Mientras la salud y la economía de Joe Shuster se deterioraban progresivamente, lo mismo le ocurría a Siegel quien padeció dos infartos. Luego de la muerte de su madre, con la que vivía, Shuster, casi ciego, pasó unos días como homeless. Cuando decían que ellos habían creado a Superman, la gente se les reía en la cara o los miraban con compasión.

Jerry Siegel siguió intentando encontrar resquicios legales para obtener alguna ganancia de las que producía su personaje. Los juzgados le cerraron todos los caminos. Aquel contrato inicial y el acuerdo posterior que incluyó a Superboy eran los instrumentos jurídicos que respaldaban a la editorial. Para ese entonces sólo los memoriosos sabían quiénes habían creado a Superman. Hacía décadas que el nombre de Siegel y Shuster no aparecían junto a la historieta o sus derivados.

En 1975 la Warner anunció con gran pompa que estaba preparando una película de Superman. Prometía ser una producción enorme. Un director afamado, Mario Puzo, autor de El Padrino, entre los guionistas, Marlon Brando y Gene Hackman para papeles secundarios, un casting exhaustivo para dar con el protagonista principal y efectos especiales nunca vistos hasta entonces. Sería la película con mayor presupuesto de la historia. Los medios se hicieron eco de la noticia y la expectativa fue inmediata.

Jerry Siegel que ya había visto pasar frente a sus ojos revistas, programas televisivos, cortos cinematográficos y hasta un musical de Broadway protagonizados por su criatura, no aguantó más. Escribió una larga carta en la que expresaba su dolor y su bronca: “¡Yo, Jerry Siegel, maldigo la película de Superman! Espero que sea un fracaso de los que hacen historia. Espero que los seguidores leales de Superman evitan las salas. Espero que el mundo entero, al ser consciente del hedor que rodea a Superman, se aleje de la película como de la peste. ¿Por qué maldigo una película basada en Superman, mi propia creación? Porque el dibujante Joes Shuster y yo, que concebimos Superman juntos, no recibiremos ni un centavo del acuerdo al que ha llegado la superproducción. Superman lleva 37 años generando ingentes sumas de dinero. Durante la mayor parte de ese tiempo los creadores de Superman no hemos ganado nada con él. Durante muchos de esos años conocimos penurias económicas, mientras los editores se hacían millonarios. National Publications ha matado mis días, asesinado mis noches, ahogado mis alegrías, estrangulado mi carrera. Considero a los ejecutivos de National asesinos económicos, monstruos hambrientos de dinero. (…) Joe está casi ciego. Mi salud no es buena. Ambos tenemos 61 años. La mayor parte de nuestras vidas, durante el éxito de Superman, la hemos vivido en la estrechez. (…) Joe y yo estamos sufriendo. Apenas podemos pensar en otra cosa, y me siento miserable al ver como nuestras familias sufren (…)”.

Hizo decenas de copias y las envió a algunos periodistas y a varios de los mejores autores de cómics de Estados Unidos. La respuesta fue lenta. Primero algún joven dibujante expresó su pesar en un fanzine, luego otro hizo un comentario dolido en una radio. De a poco varias personas se fueron haciendo eco. El presidente de la Asociación de Autores de Historietas, un colega de los inicios de Siegel, expresó públicamente su preocupación. Cuando ya las voces eran demasiadas, la noticia se metió en las secciones de espectáculos de los grandes medios. Era una buena historia para que los periodistas la explotaran: la contraposición entre la salud radiante del personaje y el destino maltrecho de sus creadores.

Warner, que había adquirido la editorial, no quiso tener problemas. Sus directivos creyeron que si se producía un escándalo mediático, eso perjudicaría su película. Estaban muy preocupados por resguardar los millones de dólares que invertían en el presupuesto del film. Se reabrieron las negociaciones y llegaron a un acuerdo. La productora se comprometía a pagar una pensión de 20 mil dólares anuales a Shuster y a Siegel, brindarles cobertura médica y, además, a reintegrarlos en los créditos, tanto de la película como de las publicaciones, como creadores del personaje. Ese acuerdo posibilitó que los dos artistas pasaran sus últimos años (Shuster murió en 1992 mientras que Siegel lo hizo en 1996) sin preocuparse de los avatares económicos.

Superman seguirá atravesando los cielos, rebotando las balas que pegan en su pecho, persiguiendo criminales. Seguirá generando, también, grandes beneficios económicos en sus distintas versiones y adaptaciones. Jerry Siegel y Joe Shuster serán, finalmente, recordados como sus creadores, como los dos que le dieron vida al primer superhéroe moderno, el que empezó la fiebre.