No hizo nada para defenderla: Mujer fue acribillada a tiros delante de un guardia de seguridad en EEUU

No hizo nada para defenderla: Mujer fue acribillada a tiros delante de un guardia de seguridad en EEUU

Cinta de cordón de la escena del accidente o del crimen, la línea policial no se cruza. Es de noche, las luces de emergencia de los coches de policía parpadean en azul, rojo y blanco de fondo.

 

Al igual que muchas personas, cuando Margery Glickman pensaba en un guardia de seguridad, asociaba su presencia con un sentido de protección y cierta paz mental, pensando que si alguna vez se encontraba en una situación de peligro inminente, y había un guardia de seguridad cerca, éste debería correr en su auxilio.

Por El Nuevo Herald 





Nunca se le ocurrió pensar que un guardia de seguridad tal vez no tuviera la obligación de protegerla. Pero entonces, la tragedia la sacudió la mañana del 4 de enero de 2016, cuando casi muere desangrada delante del escritorio vacío de un guardia de seguridad en un hospital del sur de la Florida. El guardia había estado en el escritorio momentos antes, pero desapareció cuando ella necesitó ayuda, dijo Glickman. El traumático incidente obligó a Glickman a someterse a largos años de lenta recuperación, le provocó dolores crónicos, y un atroz descubrimiento que hubiera podido cambiar todo, cuando supo que un contrato entre una compañía de seguridad y un hospital podría absolver a un guardia de cualquier obligación legal para proteger a nadie que no fuera empleado del hospital.

“No conozco a nadie que llegue a un lugar, vea un guardia de seguridad, y le pregunte si, según su contrato, está legalmente obligado a protegerlo”, dijo Glickman. “Nadie va a preguntar nunca una cosa así. Es algo que no pasa por la mente”.

La noche antes, Glickman recibió una llamada de Theobaldo Tamés —o Theo, como siempre lo conoció— el novio de su amiga de toda la vida Lillian (Lillie) Dickmon. Tamés, de 87 años, le dijo a Glickman que quería que se vieran en el hospital por la mañana. Quería hablar con ella, agregó. Glickman no sabía que Lillie había muerto la noche anterior.

En los últimos meses, la amiga de Margery estaba en un coma diabético en el Hospital Kindred, localizado en el 5190 SW 8 street, en Coral Gables. Glickman la visitó a menudo, casi siempre dos veces a la semana, y en ocasiones se cruzó en el camino con Tamés. Algunas veces intercambiaban comentarios y bromas, pero por lo general Tamés hablaba poco. Margery no sabía mucho de él, solo que había nacido en Cuba, dijo, y nunca lo oyó alzar la voz ni ser agresivo de ninguna forma.

“Nadie sabe por qué Theo trató de matarme. Existe la posibilidad de que haya enloquecido cuando Lillie murió”, dijo. “Era un hombre muy callado, que no decía muchas cosas”.

Glickman, que entonces tenía 69 años, llegó al estacionamiento del hospital aproximadamente a las 9:30 am. El cielo estaba lleno de nubes que presagiaban tormentas, y la humedad la hizo sudar, mientras se apuraba para entrar, tratando de escapar el aguacero que amenazaba con caer. El mismo guardia que siempre la saludaba en el vestíbulo, estaba sentado en el escritorio. Tamés aguardaba por ella en el área de espera. Cuando la vio, le hizo una seña de que se acercara.

Tamés era un hombrecillo pequeño, un hombre simple — más bajito que ella misma— con escasos cabellos medio canosos, grandes espejuelos y cejas tupidas.

“Margery, siéntate aquí”, le dijo Tamés, moviendo la silla delante de él cuando ella trató de sentarse a su lado. Confundida, accedió a sentarse.

Fue en ese preciso instante que vio que Tamés metió una mano en un maletín que tenía recostado en su silla. Cuando sacó la mano, empuñaba una pistola. Glickman escuchó el disparo antes de sentirlo entrar en su estómago.

Las cosas entonces se movieron a ritmo de cámara lenta, pero todas a la vez. Tamés le había disparado a Glickman en el abdomen. A la mujer solo le hizo falta un breve momento para darse cuenta de que el angustioso grito que oyó era suyo. Un segundo disparo le pasó directamente sobre la cabeza, y la sacó del trance. Se levantó y echó a correr. “Corrí unos pocos pasos y, desgraciadamente, me caí”, dijo. “Y él fue a buscarme”.

Glickman cayó directamente frente al escritorio del guardia de seguridad.

En cualquier momento de seguro intervendría, pensó la mujer, y ella se habría salvado, pero cuando Glickman miró, se le heló la sangre. El guardia que estaba allí apenas unos segundos antes —el mismo guardia que veía regularmente durante sus visitas — había desaparecido.

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