La historia del chofer que mató a martillazos a su amante y la descuartizó

La historia del chofer que mató a martillazos a su amante y la descuartizó

Cortesía

 

Un bombero, quien portaba su uniforme, utilizaba un garfio adherido a un palo de madera de más de dos metros de largo. Valiéndose del instrumento, y posicionado sobre una orilla, revolvía el agua para buscar aquello que le habían indicado. Al igual que otros colegas y buzos desplegados por la zona, cumplía con una tarea de máxima prioridad: hallar los restos de una mujer descuartizada.

Por: Clarín

A finales de la década del 20, hubo un ciudadano porteño que se convirtió en asesino. Julio Bonini mató a martillazos a su amante Virginia Donatelli, cortó su cuerpo en pedazos y luego los arrojó a los lagos de Palermo y otros puntos de la capital de Argentina. La aparición de un “paquete” fue el principio del fin de su macabro plan.

Todos los caminos confluían en Jack el Destripador cada vez que en las portadas de los diarios de papel nacionales se hacían eco de crímenes aberrantes. Resultaba inevitable que los lectores no tuvieran presente el mito del asesino en serie. No se trató de una excepción en este caso.

El 23 de julio de 1929, un chico se divertía pateando una pelota de fútbol en el parque Tres de Febrero, cerca de uno de los lagos. En un momento, el esférico cayó al agua. Y la tristeza del niño acaparó la atención de su madre.

Por lo tanto, un guardia municipal del lugar se dispuso a ayudarlo: recuperó el objeto empujándolo con un rastrillo. La misma herramienta le sirvió para agarrar un bulto envuelto en una bolsa de arpillera, atado con alambre de fardo, que también estaba en el agua y lo había sorprendido.

Cuando abrió el “paquete”, la repulsión predominó en el ambiente. Y la escena se tornó oscura. Adentro había un torso humano. Así comenzó la investigación de la Policía Federal, que ordenó a sus agentes realizar un peritaje por toda la Ciudad de Buenos Aires.

Hay al menos dos versiones, con pequeñas variaciones, acerca de cómo los investigadores obtuvieron la pista clave inicial. La primera de éstas, explicada por el periodista y escritor Osvaldo Aguirre, hace referencia a un almacén de granos.

Tras analizar la bolsa de arpillera del torso, los agentes recorrieron varios comercios de Capital Federal hasta que arribaron a una forrajería, donde les aportaron un dato fundamental. “El despachante (de la forrajería) recordó que había vendido unas bolsas (de arpillera) a un hombre que se movilizaba con un auto de marca Rugby”, sostuvo Aguirre en un festival de literatura de 2019.

Este modelo de vehículo no abundaba por las calles porteñas. Por eso, enseguida identificaron e indagaron a todos los dueños. La historia de uno de ellos le llamó la atención: era una persona que no conducía su propio coche, contaba con un chofer… llamado Bonini. Y hacía días que no iba a trabajar. “Una rareza”, comentó su jefe.

Con respecto a la otra versión, el diario La Nación -en su edición del jueves 8 de agosto de 1929- informó que los oficiales de la Federal fijaron su mirada en una cochería de la calle Soler, entre Gallo y Agüero: “Se comprobó que allí habían sido entregados unos alambres de enfardar a un conductor de un automóvil Rolls-Royce”, aclaró el periódico en una columna.

Además, de acuerdo a La Nación, los investigadores descubrieron que en otra cochería de la zona -calle Gallo, entre Soler y Cabrera- entregaron bolsas vacías a un chofer: presumían que se trataba del mismo hombre que antes había retirado alambres del otro lugar.

Al igual que en el caso del Rugby, no existían muchas unidades de Rolls-Royce durante aquel entonces. Según esta versión, uno de los propietarios era una mujer adinerada: su chofer se llamaba Julio Bonini. “Poco se tardó en dar con el domicilio de todos los conductores. Se fueron realizando averiguaciones y paulatinamente quedaron descartados algunos. Hasta que se llegó a un chofer que se sabía que salía con dos mujeres y vivía en una casa de la calle Bustamante”, escribieron en La Nación en aquella época.

“Él se había mudado casi repentinamente de la casa, dato que afianzó sospechas. Se le vigiló mejor y se desprendió una importancia aún mayor: el chofer había manifestado a amigos íntimos su deseo de quitarse la vida por un mal que lo aquejaba gravemente”, agregaron. Los agentes ataron cabos y lo señalaron como el principal sospechoso. Pronto, dieron con su paradero.

Bonini, Donatelli y un final dantesco

¿Quién era Julio Bonini? El autor del asesinato nació el 10 de julio de 1893. Era hijo de Miguel Bonini y Laura Chelotti, y tenía cuatro hermanos. “Es un hombre alto, corpulento y de fuerte complexión”, lo definieron en el extinto periódico El Orden, en su portada del 8 de agosto de 1929.

?Por otro lado, La Nación presentó otra descripción de Bonini: “Es un individuo de aspecto sencillo y que no revela su índole criminal a simple vista. Es más bien de baja estatura, de piel blanca, ojos azules, cabello color castaño oscuro y ensortijado, afeitado y de cutis curtido.

El ciudadano porteño trabajó como carnicero -desde los 13 a los 17 años- en un frigorífico de la Provincia de Buenos Aires, vendió insumos de electricidad y en los últimos años se dedicaba a ser chofer. Los investigadores descubrieron que en 1926 conoció a Virginia Donatelli, una joven argentina de unos veintipico, mientras paseaba por Mar del Plata.

Ambos se gustaron y volvieron a la Ciudad de Buenos Aires siendo más que amigos. El problema es que Bonini ya estaba en pareja con otra mujer: María Luisa Moneta. Mantuvo una relación con ambas durante algún tiempo. Y ellas lo sabían: muchas veces se producían peleas entre los tres, con testigos de por medio.

El 20 de julio de 1929, Bonini y Donatelli estaban en una casa de Bustamante al 1600 -barrio de Palermo- que alquilaban. Según los diarios de la época, venían sosteniendo discusiones con regularidad por Moneta.

Bonini, al parecer, no quería seguir más en esa incómoda situación… siendo la tercera en discordia. Y el hombre, por su parte, no se mostraba del todo claro con sus intenciones.

En un instante, Bonini agarró un martillo y le asestó un golpe potente en el cráneo: la dejó tirada en el suelo, incapacitada. La Nación informó que, una vez en el piso, le propinó otros dos martillazos

Después del frenético ataque, agarró el cuerpo y lo arrastró hasta el baño: allí, al cabo de unas horas, comenzó a descuartizarlo con un cuchillo. Comenzó con la cabeza y a continuación con el resto del cadáver.

Cuando detuvieron al asesino -se escondía en la propiedad de Moneta-, lograron que confesara: éste aseveró ante las autoridades que atacó a Donatelli porque ella, supuestamente, lo había amenazado con un cuchillo.

“Horrorizado, Julio se dio cuenta de que Virginia estaba muerta. Todos caímos en la desesperación. Julio quería entregarse. Llamamos a mi marido y él lo disuadió. Ya nada tenía remedio. Entonces, lo ayudamos a Julio a cortar el cuerpo de Virginia y a envolver los pedazos… Sí, nosotros llevamos los bultos en colectivos y los dejamos aquí y allá”, confesó la esposa de su hermano Luis, Graciana Lacoste, de acuerdo a la reconstrucción del periodista Álvaro Abós.

La condena

Los Bonini y Lacoste arrojaron los restos en Los Lagos de Palermo, el Puerto Nuevo -hoy Puerto de Buenos Aires- y una zona de la Costanera.

Con el correr de los días, después de la confesión de Julio Bonini, fueron localizando las partes restantes del cadáver: cabeza, piernas y brazos.

Lacoste y su marido recibieron condenas, aunque menores, por su participación en el hecho. ?Bonini fue sentenciado a 25 años de prisión por homicidio simple. No existía todavía la carátula de femicidio en el Código Penal.

Encerrado en la cárcel, se volvió católico practicante -similar al caso del “Descuartizador de Barracas”- y terminó casándose con Moneta: ella lo perdonó por sus espeluznantes actos. Transcurrida solo la mitad de su estadía tras las rejas, ordenaron su liberación. Luego de recuperar su libertad, nunca más se supo de él.

Exit mobile version