El relato del príncipe Harry sobre la noche en la que Carlos III le informó la muerte de Diana

El relato del príncipe Harry sobre la noche en la que Carlos III le informó la muerte de Diana

Diana con sus hijos William y Harry en el prado de flores silvestres de Highgrove, en julio de 1986 (Getty Images)

 

Cada uno de los párrafos de “Spare, en la sombra” permite adentrarse en los pasillos más estrechos de la vida del príncipe Harry. Es una catarsis continua de momentos de sus 38 años que quedaron grabados fotográficamente en su memoria y que ahora el exiliado heredero volcó en forma de palabras para la editorial Penguin. Entre tantas vivencias que ya salieron a la luz, una particularmente sirve para ilustrar la bisagra en su cronología: la muerte de su madre, Lady Di. Ese hecho lo marcaría hasta el presente.

Por Infobae





Apenas comenzada la autobiografía, Harry aprovecha una tensa reunión que mantuvo -en abril de 2021 en Frogmore el día del entierro de su abuelo Felipe de Edinburgo con su padre -el actual rey Carlos III– y William, su ”querido hermano y archienemigo”. Allí pensaba poner sobre contexto la decisión que había adoptado 15 meses antes, en enero de 2020, sobre mudar su vida completamente a los Estados Unidos junto a Meghan Markle. Tras una tensa conversación, llegó a la conclusión que sería imposibles hacerlos entrar en razón porque no entendían aún los motivos que lo habían llevado a dar ese vuelco en su vida.

Es en ese momento del inicio del libro en que Harry cuenta el verdadero motivo: la muerte de su madre y el patrón que no quería repetir. Para ello se adentra en los años en que sus padres se separaron y su madre, Diana Spencer, había decidido rehacer su vida lejos de la Familia RealDodi Al-Fayed era su nueva pareja, su “amigo”, como recuerda el príncipe radicado en Los Angeles que lo llamaba la prensa británica y ellos mismos. “Un tipo bastante majo, pensaba yo. Willy y yo acabábamos de conocerlo”.

En el capítulo “Desde la noche que me envuelve”, Harry explica los laberintos que debió pasar desde temprana edad para superar la muerte de su madre. Esa noche quedó grabada para siempre en su memoria y la transcribe detalladamente. Fue en Balmoral, uno de los lugares preferidos por él y por su hermano William para pasar las vacaciones, su “Disney”. Esas semanas eran fantásticas y las de 1997, particularmente. Habían estado con su madre y su “amigo” poco antes en Saint-Tropez y lo habían pasado de maravillas jugando peligrosamente con las motos de agua que este hombre había puesto a su disposición.

Pero siempre retornar a Balmoral era insuperable. “Lo que intento decir es que allí fui feliz. A decir verdad, es posible que nunca fuera más feliz que aquel fatídico día dorado de verano en Balmoral: el 30 de agosto de 1997?. Esa “noche fatídica” su padre, el entonces príncipe Carlos, debía atender en el castillo una velada formal. Se colocó su esmoquin y pasó a saludar a sus hijos que estaban comiendo mientras comían en una de las innumerables habitaciones que tenía ese edificio.

El príncipe William y su hermano, Harry, en el velorio de su madre, en septiembre de 1997 (AFP)

 

Sean buenos, niños”, recuerda Harry que les dijo a ambos. “Sí, papá”, respondieron. “No estén despiertos hasta muy tarde”, fue la orden final de Carlos antes de descender las escaleras para atender a los invitados.

Luego de relatar algunas travesuras que compartió de la mano con su hermano “Willy”, Harry se adentra en la máxima oscuridad del relato de aquella “fatídica noche”:

Mi cama era alta. Tenía que saltar para subir a ella, después de lo cual rodaba hasta su hundido centro. Era como encaramarse a una librería y luego caer dando tumbos a una trinchera. La ropa de cama estaba impoluta, no tenía ni una arruga y presentaba varias tonalidades de blanco. Alabastro para las sábanas, crema para las mantas, cáscara de huevo para las colchas (muchas de las piezas llevaban estampadas las letras ER, «Elizabeth Regina»). Todo estaba alisado y tirante como la piel de un tambor, con tanta maestría que resultaba fácil detectar los remiendos de todo un siglo de agujeros y rasgones.

Yo me tapaba hasta la barbilla con las sábanas y las mantas, porque no me gustaba la oscuridad. No, miento: aborrecía la oscuridad. Mi madre también, me lo había confesado. Eso lo había heredado de ella, pensé, junto con la nariz, los ojos azules, su amor por la gente y su odio a las ínfulas, lo falso y todo cuanto oliera a pijerío. Me veo bajo esas mantas, mirando fijamente a la oscuridad, escuchando los chasquidos de los insectos y el ulular de los búhos. ¿Imaginé que unas formas se deslizaban por las paredes? ¿Contemplé la franja de luz del suelo, que siempre estaba ahí porque yo insistía en que dejaran la puerta entreabierta todas las noches? ¿Cuánto tiempo pasó antes de que me venciera el sueño? En otras palabras, ¿cuánto me quedaba de infancia, y cuánto lo disfruté, lo saboreé, antes de, todavía adormilado, descubrir a…?

— ¿Papá?

Estaba plantado junto a la cama, mirando hacia abajo. Su bata blanca hacía que pareciera un fantasma en una obra de teatro.

— Sí, mi querido hijo.

Me dedicó una media sonrisa y apartó la mirada.

La habitación ya no estaba a oscuras. Tampoco había luz. Era una extraña penumbra, casi parduzca, casi como el agua de la vetusta bañera.

Me miró de un modo extraño, con una expresión que nunca le había visto antes. Con… ¿miedo?

— ¿Qué pasa, papá?

Se sentó en el borde de la cama y me puso una mano en la rodilla.

— Mi querido hijo, mamá ha tenido un accidente de autos.

Recuerdo que pensé: «Un accidente…, vale. Pero está bien, ¿no?».

Recuerdo como si fuera ayer que eso fue lo que se me pasó por la cabeza. Y recuerdo que esperé con paciencia a que mi padre me confirmarse que, en efecto, mamá estaba bien. Y recuerdo que no lo hizo.

Entonces se produjo un vuelco interior. Empecé a rogarle en silencio a mi padre, o a Dios, o a los dos: «No, no, no».

Mi padre examinó los pliegues de las viejas colchas, mantas y sábanas.

— Ha habido complicaciones. Mamá ha resultado gravemente herida y la han llevado al hospital, mi querido hijo.

Siempre me llamaba «querido hijo», pero lo estaba repitiendo mucho. Hablaba en voz baja. Daba la impresión de que estuviera en shock.

— Ah. ¿El hospital?

— Sí. Con lesiones en la cabeza.

¿Mencionó a los paparazzi? ¿Dijo que la habían estado persiguiendo? Creo que no. No podría jurarlo, pero lo más probable es que no. Los fotógrafos eran un problema tan grande para mi madre, para todo el mundo, que no hacía falta ni decirlo.

Pensé de nuevo: «Herida…, pero está bien. La han llevado al hospital, le curarán la cabeza e iremos a verla. Hoy. Esta noche como tarde».

— Lo han intentado, mi querido hijo. Me temo que ya no se ha recuperado.

Estas frases las llevo clavadas como dardos. Lo dijo así, de eso estoy seguro. «Ya no se ha recuperado». Y luego todo pareció detenerse.

Eso no es correcto. Nada de «pareció». Todo se detuvo, de forma nítida, cierta e irrevocable.

No permanece en mi recuerdo nada de lo que le dije a continuación. Es posible que no abriera la boca. Lo que sí recuerdo con deslumbrante claridad es que no lloré. Ni una lágrima.

Mi padre no me abrazó. No se le daba muy bien expresar sus emociones en circunstancias normales, ¿cómo iba a esperarse otra cosa durante semejante crisis? Es cierto que posó la mano una vez más sobre mi rodilla, y me dijo:

— Todo irá bien.

No era poca cosa para él. Paternal, esperanzado, bondadoso. Y tan, pero tan equivocado.

Se puso en pie y se marchó. No recuerdo cómo supe que ya había pasado por el otro cuarto, que ya se lo había contado a Willy, pero lo sabía.

Me quedé allí tumbado, o sentado. No me levanté. No me bañé, no hice pipí. No me vestí. No llamé a voces a Willy o Mabel. Tras décadas de esfuerzo por reconstruir aquella mañana, he llegado a una conclusión ineludible: debí de permanecer en aquella habitación, sin decir nada ni ver a nadie, hasta las nueve en punto de la mañana, cuando el gaitero empezó a tocar en el exterior.

Ojalá recordase lo que tocó; aunque quizá dé lo mismo. Con las gaitas no es una cuestión de melodía, sino de tono. Ese milenario instrumento está diseñado para amplificar lo que ya se lleva en el corazón. Si te sientes tonto, las gaitas te emboban más. Si estás enfadado, hacen que te hierva más la sangre. Y si pasas por un duelo, aunque tengas doce años y no seas consciente de ello, quizá especialmente en ese caso, las gaitas pueden volverte loco.

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Spare, la autobiografía de la polémica

Spare: En la sombra, llegó al público luego de días de especulación y filtraciones. En el Reino Unido el título se vendió a mitad de precio durante los días anteriores y estuvo disponible a las 0:00 del martes 10 de enero; también fue traducido a 15 idiomas para un lanzamiento simultáneo y entró de inmediato en las listas de best sellers de España México. La versión en inglés del audiolibro está leída por el mismo duque de Sussex.

Las filtraciones popularizaron la reacción de su padre, el rey Carlos III, cuando Harry nació: “¡Maravilloso! Ahora me has dado un heredero y un repuesto (eso significa spare)”, le dijo a la princesa Diana, su primera esposa. También se difundieron las experiencias de Harry con las drogas, algunos detalles de su primer encuentro sexual y su desempeño contra los talibán en Afganistán. Desde luego, las peleas con su hermano, el príncipe William, y las tensiones entre sus esposas, Meghan Markle y Kate Middleton, ocuparon mucho de las coberturas.

Escrito junto con J.R. Moehringer, ganador del premio PulitzerSpare fue precedido por dos entrevistas del príncipe Harry, una con Tom Bradby para ITV y otra con Anderson Cooper para el reconocido programa 60 Minutes. Se espera que desate un nuevo periodo de furor por la corona británica, tan visitada por series y películas recientes.