Por qué la guerra civil en Sudán importa mucho más allá de sus fronteras

Por qué la guerra civil en Sudán importa mucho más allá de sus fronteras

Dos generales enfrentados y los intereses regionales y de Rusia lanzaron la guerra civil que sacude desde hace una semana a Sudán y amenaza con desestabilizar todo el norte de África y el Mar Rojo. (AFP)

 

 

No hay tregua posible. Los dos generales que se enfrentan en Sudán aseguran que sólo bajarán sus armas si el otro presenta su rendición incondicional. Parecen estar dispuestos a destruir el país en pos de sus ambiciones personales y los intereses de sus aliados. Son dos facciones armadas que se disputan el gobierno de Khartum, la del ejército regular y la de una poderosa milicia apoyada por los mercenarios del Grupo Wagner ruso. Un conflicto que estalló el fin de semana pasado y amenaza con desestabilizar una vasta región del norte de África, desde el Sahel hasta el Mar Rojo y la Península Arábiga.





Por Gustavo Sierra | Infobae

Las fuerzas armadas sudanesas son ampliamente leales al general Abdel Fattah al-Burhan, líder de la junta militar y gobernante de facto del país, mientras que los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), un amplio conjunto de milicias, siguen al señor de la guerra, el general Mohamed Hamdan Dagalo, más conocido como Hemedti. Ambos disputan el poder desde que derrocaron la dictadura de 30 años de Omar al-Bashir, en 2019. En ese momento, los militares habían prometido una salida democrática hasta que dos años más tarde organizaron un autogolpe y se apoderaron definitivamente del gobierno.

Las RSF fueron fundadas por Bashir para aplastar la rebelión en Darfur, al oeste del país, que comenzó hace más de 20 años debido a la marginación política y económica de la población local por parte del gobierno central sudanés. Las RSF son conocidas por la población local por el nombre de Janjaweed, famosas por las atrocidades que cometieron. En 2013, Bashir transformó a los Janjaweed en una fuerza paramilitar semiorganizada y otorgó a sus líderes rangos militares antes de desplegarlos para aplastar otra rebelión, esta vez en el sur de Darfur y, posteriormente, enviar a muchos de ellos a luchar en la guerra de Yemen y, más tarde, de Libia.

Los jajaweed de las RSF, liderados por Hemedti, y las fuerzas militares regulares bajo el mando de Burhan se unieron para derrocar a Bashir en 2019. El primer acto de las RSF fue provocar la masacre de un grupo de civiles que protestaba pacíficamente contra el golpe. Pero en 2021, sorpresivamente las RFS se pusieron de lado de los grupos que apoyaban una salida política a los militares y esto enfrentó públicamente a Burhan y a Hemedti. La tensión entre ambos se dirimió hasta ahora con algunas escaramuzas y el reparto de las ganancias en los negocios, pero algo hizo estallar la frágil tregua el fin de semana pasado, cuando comenzaron los combates entre las fuerzas de ambos hombres alrededor del aeropuerto internacional de Khartum. Ya hay, al menos, 450 muertos y 2.500 heridos.

Sudán no sólo es enorme -el tercer país más grande de África-, sino que se extiende por una región inestable y geopolíticamente vital. Lo que ocurra militar o políticamente en el territorio sudanés repercute en una de las zonas más frágiles del mundo en el norte de África y la península arábiga. En principio, es el eterno río Nilo, el centro del país y de su relación regional. Aguas abajo está Egipto, que depende desde hace 5.000 años de ese recurso para mover su economía. Aguas arriba está Etiopía, que no cuenta con salida al mar y tiene planes de levantar una enorme represa hidroeléctrica que afectará el caudal del río y la planificación de las cosechas.

En el oeste del país está la región de Darfur, que permanece en conflicto armado desde 2003. Aquí no se enfrentan musulmanes con animistas y cristianos –los habitantes son mayoritariamente musulmanes- como ocurrió en la guerra que llevó a la separación de Sudán del sur, sino un conflicto racial y étnico entre árabes y grupos nilo-saharianos de raza negra que luchan por el control de las tierras de cultivo y pastoreo. Esta lucha afecta, inevitablemente, al vecino Chad, y viceversa. Allí, como en la República Centroafricana actúan guerrillas de extremistas islámicos asociados al ISIS y Al Qaeda. Las armas y los combatientes de los tres países cruzan las fronteras libremente. Y los tres se alimentan de las armas y el dinero de los señores de la guerra y el petróleo que luchan en la desintegrada Libia, más al norte.

Soldados del ejército en la región de Darfur, leales al general Abdel Fattah al-Burhan, líder de la junta militar y gobernante de facto del país. (Reuters)

 

Al sudoeste, Sudán limita con la región de Tigray, en el norte de Etiopía, que acaba de salir de un duro conflicto en el que se vio envuelto otro vecino impredecible, la autocracia aislada y altamente militarizada de Eritrea. También hay tensiones en otras partes de la frontera que comparten Etiopía y Sudán, y que en algunos lugares son objeto de disputa.

Al sur, está Sudán del Sur, que se separó formalmente de su vecino del norte en 2011, tras una de las guerras civiles más largas y sangrientas de África, y cuya situación sigue siendo inestable. Tras su independencia, los sudaneses del sur se quedaron con la mayor parte de los valiosos yacimientos petrolíferos de la región, dejando a Sudán mucho más pobre y contribuyendo, indirectamente, a la actual crisis social y política de Khartum. Los actuales grupos militares rivales luchan ahora por el control de recursos económicos cada vez más escasos, como el oro y la agricultura.

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