La Ilustración: La masonería y el repudio a los tiranos y las tiranías, por José Daniel Montenegro

La Ilustración: La masonería y el repudio a los tiranos y las tiranías, por José Daniel Montenegro

Debo primeramente hacer una aclaratoria. Ni mi Respetable Logia, ni mis Queridos Hermanos, ni autoridad o cuerpo masónico alguno, tienen responsabilidad en lo que aquí expondré. La mayoría de las afirmaciones revisten carácter histórico y, por lo tanto, carácter científico, de allí se desprenden consideraciones que esgrimo de manera individual, por lo que individual es la responsabilidad que asumo en soledad.

El periodo de La Ilustración fue una época de positiva agitación cultural, social e intelectual que nació a mediados del siglo XVIII y duró hasta los primeros años del siglo XIX, aunque podría decirse que sus efectos se mantienen hasta nuestros días. Se le denominó de este modo por su “declarada intención de disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad mediante las luces de la razón y del conocimiento”.

El siglo XVIII es también conocido como “Siglo de las luces” por el asentamiento de la fe en el progreso de la humanidad y del individuo como protagonista de su propia vida. Importantes ideas como la búsqueda de la felicidad, la soberanía de la razón (por tanto, de la soberanía del individuo como ente capaz de razonar), la evidencia de los sentidos como fuentes primarias de aprendizaje, surgieron en esta época. Ideales como la libertad, la igualdad (de todos ante la ley), el progreso, la tolerancia religiosa, la fraternidad, el gobierno constitucional y con límites, la separación entre Iglesia-Estado, la ley compatible con la justicia, la condena al fanatismo y las tiranías en todas sus formas, así como su rechazo a la superstición, tienen su origen también durante este periodo.  





“La Ilustración significa el abandono del hombre de una infancia mental de la que él mismo es culpable. Infancia es la incapacidad de usar la propia razón sin la guía de otra persona. Esta puericia es culpable cuando su causa no es la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o de valor para pensar sin ayuda ajena. Sapere aude «¡Atrévete a saber!» He aquí la divisa de la Ilustración.

Immanuel Kant, ¿Qué es la Ilustración?”

Algunas palabras requieren una significación más activa de la que estamos acostumbrados a utilizar, así por ejemplo la expresión “el pensar” frente a “pensamiento” sugiere en la primera una condición recurrente y menos terminada, y si bien se suele hablar frecuentemente del “pensamiento ilustrado”, es el acto de pensar y de razonar, lo que adquiere importancia durante la Ilustración. Si el pensamiento es la forma, la acción de pensar, es decir, de razonar, es el fondo de la cuestión. 

El primer rasgo característico de la Ilustración consiste en privilegiar las elecciones y decisiones de índole personal (en nuestra esfera privada) en detrimento de los que nos llega impuesto por una autoridad ajena a nosotros y ante la cual, no hemos dado nuestro consentimiento. Y esa característica contine dos facetas, una crítica y analítica y otra eminentemente constructiva. “Emancipación” y “autonomía” son los términos que mejor se adaptan a las dos fases, ambas igualmente indispensables. Para poder asumir este compromiso, debe disponerse de total libertad para analizar, cuestionar, criticar y poner en duda, es decir, la carga del escepticismo. 

Con la ilustración se puso fin a los dogmas y a las instituciones sagradas. No debe confundirse esto como la muerte de la autoridad y la ausencia de la ley, sino todo lo contrario, la presencia de una autoridad con limites en una esfera de acción efectiva, siendo ella misma obediente a la ley que debía hacer cumplir en el resto.

Gracias a la Ilustración surge la idea de que la autoridad debe ser homogénea a todos los hombres sin distinción de clase, religión, privilegios de nobleza, raza, condiciones económicas, es decir, una autoridad natural y no sobrenatural.

La tutela en la que estaban sumergidos los hombres antes de la Ilustración era toda de carácter religioso que a su vez delegaba parte de la autoridad en los monarcas cuya legitimidad supuesta “emanaba de Dios”. De ninguna manera la Ilustración rechazó la religión, ni la autoridad civil como principio necesario para establecer la vida en sociedad, sino que rechazó más bien la pretensión de la sumisión obligatoria de la sociedad o de los individuos a preceptos cuya única legitimidad provenía convenientemente de la tradición o de los ancestros, sin que hubiese lugar para que cada uno buscase su felicidad de alguna otra manera, sin menoscabar los derechos del resto.  

Lo que debía ser brújula moral a los hombres no era ya la autoridad del pasado sino su proyecto de futuro. Nada tenía en contra de la experiencia religiosa en sí misma, ni de la idea de trascendencia, ni de la determinada doctrina moral de las religiones en concreto. La religión queda fuera del Estado, pero de ninguna manera fuera del individuo. 

Las corrientes ilustradas no reivindicaron el ateísmo sino la libertad. Los hombres ilustrados se dedicaron a estudiar y describir las creencias del mundo no con la intención de rechazar las religiones sino para que sirviesen de guía en el camino de la tolerancia y la libertad de consciencia.

Este objetivo de la Ilustración, que estaba construido sobre axiomas, alcanzó su madurez con la Ética de Baruch Spinoza, que exponía una visión panteísta del Universo donde Dios y la Naturaleza eran uno, en la línea de la expresión bíblica: “En Él vivimos, nos movemos y existimos”. Esta idea se convirtió en el fundamento para la Ilustración, desde Isaac Newton hasta Thomas Jefferson, Benjamín Franklin y Francisco de Miranda, todos ellos hombres a los cuales, de manera personal, admiro profundamente.

La Ilustración estaba influida en muchos sentidos por las ideas de Blaise Pascal, Gottfried Leibniz, Galileo Galilei y otros filósofos del período anterior. El pensamiento europeo atravesaba por una ola de cambios, ejemplificados por la filosofía natural de Sir Isaac Newton, un matemático y físico brillante. Las ideas de Newton, que combinaban su habilidad de fusionar las pruebas axiomáticas con las observaciones físicas en sistemas coherentes de predicciones verificables, proporcionaron el sentido de la mayor parte de lo que sobrevendría en el siglo posterior tras la publicación de sus Philosophiae Naturalis Principia Mathematica. Pero Newton no estaba solo en su revolución sistemática pensadora, sino que era simplemente el más famoso y visible de sus ejemplos. Las ideas de leyes uniformes para los fenómenos naturales se reflejaron en una mayor sistematización de una variedad de estudios.

Bajo este clima de profundos cambios, casi 10 años antes de la muerte de Newton, surge en Londres, el 24 de junio de 1.717, La Gran Logia Unida de Inglaterra y con ella, lo que se conoce como “masonería especulativa” (la masonería ya existía bajo otras formas de organización y no es motivo de este artículo remontarnos a esos detalles). Desde su nacimiento, la masonería adquirió en el siglo XVIII un evidente protagonismo, para poder discutir en su seno las ideas ilustradas, es decir, las ideas del originario liberalismo. Este no fue un hecho casual, siendo que muchos de los grandes pensadores Ilustrados eran, además, masones.

Las ideas de la ilustración y del liberalismo, eran totalmente compatibles con la masonería porque en el Templo, en el Taller, se practicaba la igualdad, principio ético que cuestionaba la desigualdad jurídica de la sociedad estamental, además se defendía la libertad y la fraternidad.

La masonería no surge como una institución reactiva (en contra de) sino en todo caso, como una fraternidad proactiva (en favor de), esto es, que no entró en conflicto directo como cofradía contra poder alguno, sino que se ocupó de promover la libertad desde una perspectiva ética y racional, que incluyó  la libertad individual, la libertad política, la tolerancia religiosa, la práctica de las virtudes e hizo suyas también las ideas ilustradas al rechazar el fanatismo, al autoritarismo, la ignorancia, la superstición y todo mecanismo que condujese al individuo a la sumisión, la opresión, la pobreza y la calamidad, lo cual le ganó no pocos enemigos que defendían y un hoy defienden, todos estos vicios morales que aquejaban y tristemente aun hoy aquejan a la humanidad y particularmente a nuestro país, Venezuela.  

Acudir a una tenida se convertía en un momento clave para estos hombres que podían, durante un espacio de tiempo determinado y de forma periódica, relacionarse dentro de una estricta jerarquía, a la que, en cierta medida estaban acostumbrados, pero que no surgía de una imposición secular, monárquica o “sobrenatural” sino que nacía de la democracia, del debate y de los acuerdos voluntarios, por lo que las Logias masónicas se convirtieron en espacios magníficos para promover la razón, la libertad, las ciencias y entendimiento de todos los seres humanos al margen de sus creencias particulares. 

La masonería tuvo un rol protagónico en dos grandes acontecimientos del Siglo XVIII: La independencia de los Estados Unidos de América, la Revolución Francesa y ya, a principios del siglo XIX, en la independencia de las colonias españolas en América, a través de su Precursor, Sebastián Francisco de Miranda, quien había participado activamente en los dos acontecimientos anteriormente mencionados y que debe ser dicho, era un gran admirador del joven sistema de la naciente nación norteamericana.

Miranda, Padre de la masonería hispanoamericana, hablaba y leía con fluidez italiano, francés, inglés y ruso. Tradujo obras del latín y del griego y, sobre todo, estudió a autores como John Locke, Adam Smith, David Hume, Montesquieu y Voltaire. Mantuvo asidua correspondencia con James Madison, Thomas Jefferson, Jeremmy Bentham, John Stuart Mill y Edward Gibbon, personas todas que han dado testimonio de los conocimientos filosóficos, económicos y jurídicos de Miranda, todo lo cual queda consignado en los trabajos de sus biógrafos más destacados: Karen Rice, William S. Robertson, Joseph F. Toring, Allan Brewer-Carias y Vicente Dátola.

Nuestros vecinos del Norte, aquellos colonos ingleses que con una cultura avanzada para la época huyeron de su madre patria en búsqueda de libertad y tolerancia religiosa, formaron una sociedad rica, culta y próspera que para 1776 ya había iniciado su proceso de independencia un 4 de julio de ese año, representada en la pluma extraordinaria de Tomas Jefferson plasmada en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Un evento que marcó al mundo y terminó ejemplificando lo que sería la primera revolución más importante de la historia cuando de vida, libertad, prosperidad y la búsqueda de la felicidad se trata. Fue tanto el impacto que, para el joven brillante y rebelde, catalogado así por las autoridades españolas que estaban en su búsqueda por numerosos cargos, Francisco de Miranda, significó un fenomenal ejemplo a imitar.

Al abrigo de las ideas ilustradas, el compromiso de la masonería con la libertad fue y ha sido tal, que fueron masones hombres como Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José Antonio Páez, Antonio José de Sucre, Daniel Florencio O’Leary, Andrés Bello, Juan Germán Roscio, Thomas Jefferson, George Washington, Benjamín Franklin, el Marqués de La Fayette, Thomas Paine, Abraham Lincoln, José Martí, José de San Martin, Juan Bautista Alberdi, Giuseppe Garibaldi y otros más recientes como Martin Luther King Jr. o Mahatma Gandhi entre muchísimos otros.

A menos que se pretenda tergiversar el pensamiento de estos hombres de manera conveniente (algo que en efecto se ha hecho en Venezuela) no se encontrarán rastros de que ellos, que dieron su vida por la libertad, después de todo lo hicieron en nombre de gobiernos hegemónicos, todopoderosos, cambiando reyes extranjeros por caudillos locales y manteniendo la esencia de la opresión en los sistemas de gobierno. 

Es extremadamente inverosímil, pensar que estos hombres, especialmente en lo que a los proceres venezolanos respecta, sacrificaron sus fortunas incluso porque su sueño era que “200 años después un reducido grupo de autodenominados patriotas bolivarianos, y en nombre del socialismo, se hicieran groseramente acaudalados a sí mismos y, a para lograrlo, sumergieran a los ciudadanos en una profunda calamidad social y moral”, eso no puede creerlo ni el mayor fanático del socialismo chavista ni mucho menos puede dejar indiferente al más descuidado de los analfabetas. En la jerga popular se diría “mejor cuéntame una de vaqueros donde ganen los indios”.

Abogar por la libertad cuando se respira libertad es empresa fácil, condenar a las tiranías cuando reina la República y la democracia implica coherencia, pero no valentía, si se considera el hecho de que tales tiranías pertenecen al pasado, a la historia y no pueden causar consecuencias en los denunciantes. Cuestión diferente es alzar la voz por la libertad cuando reina la opresión, abogar por la justicia cuando la injusticia se ha hecho ley, clamar por la civilización cuando la barbarie se ha apoderado del corazón de los hombres, cuando la virtud ha sido proscrita y la corrupción ha sido enaltecida, cuando el desprecio a lo sagrado se ha vuelto más grande que el anhelo de libertad, cuando entre lo correcto y lo incorrecto, los hombres de bien se han tornado neutrales, cuando se ha relativizado la verdad y se la ha colocado en inferior jerarquía que la falsedad, cuando el miedo a los tiranos se ha hecho infinitamente más grande que el amor a Dios Todopoderoso, sea lo que sea lo que signifique Dios en la consciencia de cada creyente, el Dios vivo, fuente primera de todo lo creado y el único que merece ser llamado SUPREMO Y ETERNO.

Vivimos tiempos de profundo oscurantismo. La dignidad ha sido arrojada en un pozo que pareciese no tener fondo, los impíos han reclamado el liderazgo que, por la debilidad de los hombres de bien, se les ha cedido el paso sin resistencia. La maldad celebra y la pobreza le obedece. La revolución bolivarera danza sobre las cenizas de una nación que solía ser defectuosa pero no malvada, hedonista pero no indolente, desvergonzada pero no miserable, por ello dentro de su imperfección albergaba también sabiduría, fuerza y belleza; dentro de sus diferencias albergaba reconciliación, entendimiento y perdón, dentro de sus interacciones sociales mostraba mérito, trabajo y progreso. Hubo enfrentamientos, pero no odio, hubo adversarios, pero no enemigos, hubo desconfianza, pero no rencor.

Durante cada época seguirán también naciendo hombres y mujeres honorables, que honrarán sus juramentos, su palabra y, a pesar del temor a los hombres, temerán mucho más a Dios, al juicio de sus hijos y al tribunal de sus propias consciencias. No harán silencio, no verán la vida pasar como espectadores del terror y la sombra, no encontrarán excusas diplomáticas ni convenientes argumentos para justificar la injusticia, ni encontrarán en la tolerancia una razón para la complicidad.

La vida debe ser vivida en plenitud y para ello, la libertad y la justicia representan las columnas de la sana moral en el edificio de las virtudes, donde no hay espacio para caudillos, rufianes, tiranos, mercaderes de la muerte, traficantes de la ignorancia, enemigos del género humano. Quien desee asegurar su propia libertad, deberá también proteger de la represión y la injusticia incluso a sus propios adversarios, porque si viola este deber, establecerá un precedente que le alcanzará a él mismo. Un buen ejemplo de esto fue Maximilien Robespierre, revolucionario francés, sanguinario desmedido, quien afirmó que aquellos que defendían el imperio de la ley y los juicios justos carecían de principios, y quien finalmente murió decapitado, victima de sus propias leyes, de su propia injusticia.

Desconfiemos siempre de los demagogos, de los populistas, de los hombres de verbo encendido que tratan de esconder su injusticia bajo un disfraz de reivindicación popular, pero desconfiemos también de los hombres tibios, de aquellos que condenan las tiranías en privado y les justifican en público.  

Sostengo a viva voz mi condición de ser humano, de hombre con derecho a ser libre, sostengo mis derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad y, además, sostengo mi legitima e indivisible unión con nuestro Creador. Dios no tiene hijos bastardos. Soy un hombre libre y de buenas costumbres. 

Ing. José Daniel Montenegro Vidal