Quico cumple 80: el origen del personaje, las peleas feroces con Gómez Bolaños y la preocupación por su salud

Quico cumple 80: el origen del personaje, las peleas feroces con Gómez Bolaños y la preocupación por su salud

Quico y el último capítulo que grabó con El Chavo del 8. Foto: Televisa

 

Es uno de los grandes personajes de la comedia latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. Una especie de villano tierno, de antihéroe cálido y gracioso. Cachetes inflados, llanto con gárgaras, traje de marinero y latiguillos que repitieron varias generaciones. Quico, el hijo consentido de Doña Florinda, némesis del Chavo del 8, fue la gran creación de Carlos Villagrán, su consagración, su fuente de ingresos durante medio siglo, su boleto a la inmortalidad y, al mismo tiempo, su cárcel dorada. Villagrán vivió y vive encerrado en Quico (aunque el nombre él lo escriba de otra manera). Todas estas décadas fue deudor y rehén de ese nene caprichoso de 8 años vestido de marinerito. Condenado a interpretarlo una y otra vez, a responder en cada entrevista sobre sus disputas con Roberto Gómez Bolaños y Florinda Meza. Y fue quien usufructuó su popularidad y vigencia.

Por infobae.com

Carlos Villagrán, que hoy cumple 80 años, había querido ser actor desde que era muy chico. Mientras esperaba su oportunidad, se convirtió en fotógrafo, como su padre. Durante los Juegos Olímpicos de 1968, no sólo captó imágenes de los mejores deportistas del planeta; aprovechó, también, para internarse en los estudios de Televisa y establecer contactos. Quería conseguir una oportunidad frente a las cámaras. Así, gracias a su insistencia y simpatía, empezó a aparecer como extra o con pequeños bolos en diferentes programas de televisión. En la pausa de una de esas grabaciones conoció al comediante Rubén Aguirre (después se convertiría en el Profesor Jirafales) que lo llevó a trabajar con él. Desarrollaron un número que tuvo bastante repercusión en la que Aguirre era el ventrílocuo y Villagrán, Pirolo, el muñeco que sentado en sus rodillas hablaba con los mofletes abultados y voz aguda. En una fiesta privada, impulsado por algunas copas se pusieron a actuar frente a varias estrellas del espectáculo de México. Esa noche lo descubrió Roberto Gómez Bolaños. Después de reírse a carcajadas durante un largo rato, le ofreció un espacio en su programa de televisión: Los Supergenios de la Mesa Cuadrada. Allí Villagrán hizo decenas de personajes cómicos. También acompañó a Gómez Bolaños en su siguiente proyecto que se llamó Chespirito. Fue en ese programa que un segmento de diez minutos tuvo un éxito colosal: un sketch que transcurría en una vecindad y en el que personaje central era un chico huérfano de 8 años, El Chavo, interpretado por Chespirito. El segmento en poco tiempo se independizó y se convirtió en un boom inigualable que más de medio siglo después con sus repeticiones y descargas en internet sigue manteniendo vigencia y divirtiendo a niños y adultos en todo el mundo.

La vecindad del Chavo

En esa vecindad, además del Chavo estaban Don Ramón (o Ron Damón), Doña Florinda, la Chilindrina, Ñoño, el Señor Barriga, la Bruja del 71, El Profesor Jirafales que se convirtieron en personajes inolvidables. Sin embargo hubo uno que resaltó con mayor fuerza: Quico.

Quico, en realidad, llevaba el nombre de su padre, Federico (Gómez Bolaños dice que lo bautizó de esa manera para contrastar con la pobreza y orfandad del Chavo: Fede Rico), un marino que había muerto en el mar, presumiblemente devorado por un tiburón. Por eso, Quico solía decir que su padre había muerto en pez. El traje de marinero tenía, entonces, una doble connotación: un homenaje al papá ausente y un guiño de la diferencia social entre los integrantes de la vecindad (o al menos de sus aspiraciones) porque esa vestimenta usaban los chicos mexicanos de clases sociales altas en la década del treinta.

Un montaje fotográfico (del que Villagrán se ha hecho eco en sus redes) resume lo que fueron esos años para el Chavo y su elenco. En fila, remedando la portada del último álbum grabado por los Beatles, el Chavo, Don Ramón, la Chilindrina y Quico cruzan Abbey Road. Fueron los Beatles de la comedia infantil. La Chavomanía se desató en toda Sudamérica. Sus programas batían récords de rating en el país en el que se emitieran. Las giras fueron una consecuencia lógica. Multitudes los esperaban en los aeropuertos, cada vez que se difundía que estarían en un canal de televisión las aglomeraciones en la entrada debían ser controladas por la policía y llenaban cada estadio en el que se presentaban. Por ejemplo, en Argentina batieron el récord de presentaciones consecutivas en el Luna Park. Esa marca fue batida al poco tiempo: en la siguiente visita de la troupe de Gómez Bolaños.

No sólo estaban los programas de televisión, los shows en vivo y las películas (El Chanfle y su secuela –Villagrán se mostró como un digno jugador de fútbol- tuvieron gran éxito aunque su calidad fuera bastante escasa). Había discos (Quico tuvo el suyo exclusivo), remeras, pijamas, juguetes, revistas, posters, golosinas, figuritas y todo el merchandising imaginable que una franquicia puede generar aunque en esos años fuera inimaginable que un programa de televisión pudiera hacerlo. El Chavo (y Gómez Bolaños) fue un pionero en la cuestión.

Las internas de la vecindad

Tanto éxito provocó problemas. Un combo letal de desgaste, egos en conflicto e intereses económicos. ¿De quién era el éxito? Los aplausos y los halagos se dividían aunque el reconocimiento hacia el genio de Gómez Bolaños pareciera unánime. Lo que no se repartía en partes iguales eran los ingresos. Aunque los beneficios de los principales actores eran excelentes, ellos, como suele suceder en estos casos, estaban convencidos de que el reparto no era equitativo, que el líder se hacía multimillonario mientras ellos sólo cobraban unos excelentes salarios. Cada uno creyó que era la parte esencial, indispensable, del proyecto. Lo cierto es que el Chavo en los años siguientes, pese a algún bajón, soportó la salida de Don Ramón, la Chilindrina y de Quico y las muertes de algunos otros actores que encarnaban personajes secundarios.

Quico había ganado mucha autonomía. Los chicos repetían sus frases (Cállate, cállate que me desesperas; Chusma, chusma, chusmay lloraban con la cara contra un brazo apoyado en la pared como él. En las presentaciones en vivo, el público bramaba con cada una de sus intervenciones. Esto hizo que Gómez Bolaños mirara con recelo el crecimiento de Quico. Y que a Villagrán todo lo que cobrara le pareciera poco.

Las razones exactas de la salida de Quico nunca se supieron. Las versiones varían según a quién se escuche. Roberto Gómez Bolaños en Sin Querer Queriendo, sus memorias, cuenta que un día de fines de 1977, Villagrán lo citó en un bar para conversar. Le dijo que creía que para él ya había llegado la hora de encabezar su propio espectáculo. Gómez Bolaños afirma que le pareció comprensible porque la repercusión que había tenido Quico en las últimas giras, en especial en Venezuela y Chile, había sido muy grande, aunque aclara que eso era mérito del conjunto. Según Chespirito los términos de la conversación fueron amables y serenos. Villagrán le habría pedido autorización para seguir con el personaje y le fue concedida. Antes de despedirse, le habría pedido un consejo a su mentor y Gómez Bolaños dice que le dijo: “Quico es un personaje que te puede dar grandes satisfacciones y los triunfos correspondientes, pero no te limites a él. El hablar con los cachetes inflados resulta muy gracioso, pero el exceso puede ser dañinamente empalagoso. Por lo tanto, dosifícalo; combínalo con otros personajes que tú mismo puedes crear”. Gómez Bolaños cuenta que Villagrán se separó porque recibió una oferta venezolana que multiplicaba por diez el sueldo que él le pagaba.

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