Las últimas horas de John Belushi, el genio desmesurado de la comedia: droga en las venas y la mujer que dijo “yo lo maté”

Las últimas horas de John Belushi, el genio desmesurado de la comedia: droga en las venas y la mujer que dijo “yo lo maté”

John Belushi cumpliría 75 años. El actor cómico murió de una sobredosis a los 33 años en Los Ángeles. En cinco años revolucionó la industria con su potencia y desparpajo. (Grosby Group)

 

Su muerte ocurrió cuando él era muy joven pero no parece haber sido prematura.

John Belushi fue una fuerza de la naturaleza, un actor con una potencia pocas veces vista. Torrencial, imprevisible, desbocado. El primer cómico con vida y actitud rocker (ahí están sus múltiples tapas- en vida y póstumas. en la Rolling Stone para probarlo). Fue el protagonista de muchas historias legendarias sobre excesos. En poco más de cinco años dejó su huella en la televisión norteamericana, protagonizó un puñado de películas exitosas y grabó tres discos, uno de los cuales llegó al número uno de los rankings.





Por infobae.com 

Hoy John Belushi cumpliría 75 años. Vivió apenas 33. Se hace difícil imaginarlo transitando su vejez. Es como si hubiera estado signado por la intensidad, por la desmesura. Como si nunca hubiera contemplado tiempos quietos, o al menos apacibles.

Sus últimos años estuvieron dominados por el alcohol, la droga y la búsqueda del proyecto ideal para que su talento explotara. En la mesa de trabajo de los lugares en los que vivía en Nueva York y en Los Ángeles se apilaban guiones cinematográficos y cocaína.

A principios de 1982 había pasado varias semanas en Los Ángeles. Se había alejado un tiempo de Manhattan buscando escapar del frío y de algunas compañías. En la Costa Oeste sólo encontró un clima más benigno. Su esposa Judy, a la que había conocido en el colegio secundario, no lo acompañó. Ella necesitaba un poco de tiempo, todo lo que había intentado para encarrilarlo había fracasado.

Belushi también buscaba terminar un guión que lo obsesionaba: Noble Rot, una comedia romántica que involucraba un robo ingenioso en la California de los primeros tiempos de la instalación de los viñedos. Llevaba consigo a todos lados unas hojas mecanografiadas y sucias con restos de vino y cocaína en las que intentaba desarrollar la historia.

Llegó a Los Ángeles el 28 de febrero de 1982. Se instaló en el bungalow número 3 del Chateau Marmont, un legendario hotel utilizado por las estrellas de la colonia artística. En seguida desplegó sus papeles y consiguió una buena cantidad de cocaína y heroína.

Estaba muy desmejorado. No dejaba de aumentar de peso, las ojeras competían con sus famosas cejas, estaba sucio y su conducta era errática y mutaba entre la indolencia y la agresión. Sin embargo las propuestas le seguían llegando. Ya había cerrado la participación en seis películas más. Los productores no se desalentaban por su aspecto, por el hedor que despedía, ni por su dispersión constante: no podía mantenerse alerta o concentrado por más de cinco minutos. Tampoco por las historias de sus problemas en los sets en los últimos años, ni por la baja performance en taquilla de sus últimas películas. John Belushi seguía siendo atractivo para la industria.

En Los Ángeles se reunió con su representante, Bill Brillstein, y con directivos de estudios que le dijeron que a su guión todavía le faltaba trabajo. Sus amigos Dan Aykroyd y Robert De Niro le pidieron que se sumara a sus próximos proyectos. Aykroyd estaba terminando de escribir Los Cazafantasmas y quería que John, junto a él y Bill Murray -tres ex Saturday Night Live- fuera el protagonista. De Niro había negociado con Sergio Leone reservarle un lugar en el elenco de Érase una vez en América.

Sus noches eran largas. Ya no lo acompañaba como en Nueva York, Smokey, un asistente personal que le habían puesto su representante y su esposa cuya labor principal era mantener la cocaína lo más lejos posible de la nariz de John Belushi. Cuando algún periodista le hablaba de su consumo, él respondía: “Siempre me drogué de la misma manera. Sólo que ahora tengo más plata y soy más famoso”.

Por el bungalow del Chateau Marmont pasaban amigos, dealers y aprovechadores que sabían que siempre tendrían cocaína disponible sobre la mesa del living. Por esos días a John lo acompañaba Cathy Smith, una mujer de ojos duros. Había sido una activa groupie a principios de y mediados de los setenta, pero las bandas buscaban siempre chicas de la misma edad; y ella iba cumpliendo años. Salió con Levon Helm de The Band y fue pareja de Gordon Lightfoot. Después tuvo que dedicarse a otra cosa. Siguió en el ambiente tratando de sobrevivir con su encanto y con bolos en series y películas, o como corista de bandas clase B. Hasta que desarrolló un nuevo oficio: le hacía mandados a los famosos. Era una especie de facilitadora. Muy rápidamente esas diligencias se transformaron en algo más. Belushi fue una presa fácil para ella. Kathy había pasado los últimos días en el bungalow N° 3 del Chateau Marmont junto a John. Como a él le daban aprensión las jeringas, era ella quien le inyectaba el Speedball, esa mezcla de heroína y cocaína que durante la autopsia encontraron en la sangre del actor.

Para ese entonces, para los primeros días de marzo de 1982, sus días no se diferenciaban unos de otros. Brillstein le tenía que recordar sus compromisos y con Bill Wallace, un asistente que oficiaba al mismo tiempo de entrenador personal, guardaespaldas y valet que intentaba ponerlo en condiciones para las reuniones, arrastrarlo hacia los encuentros con hombres poderosos de Hollywood.

¿Por qué la industria seguía buscando a Belushi? ¿Por qué seguía apostando a él? Porque era evidente que no había otro como él.

John Belushi integró el primer elenco de Saturday Night Live, el programa legendario de televisión creado por Lorne Michaels. Fue elegido por la Rolling Stone como el mejor actor de la historia del show cómico. Un ranking en el que también estaban Bill Murray, Eddie Murphy, Billy Crystal, Adam Sandler, Dana Carvey, Chris Farley, Chevy Chase y casi todos los grandes cómicos norteamericanos del último medio siglo. Fue quién mejor representó el espíritu del programa. El “vivo”, el actuar sin red, el riesgo, el vértigo, el cruce de los límites conocidos. El que justificaba que se emitiera con seis segundos de retraso para poder censurar cualquier exceso. Las abejas, los Blues Brothers, un Beethoven que se drogaba en cámara y se transformaba en Ray Charles (él en vez de usar harina esnifaba cocaína real), los Blues Brothers, la imitación de Kissinger o el samurai –al que nunca le escribieron un texto, ese personaje era pura improvisación-. También triunfó en cine y tuvo un disco número uno en los charts. Y fue la imagen del desmadre, del exceso, del descontrol de una época.

John Belushi fue el último en ingresar al elenco de los siete protagonistas iniciales de SNL. Ya era conocido en el mundo de la comedia. Sus actuaciones en Second City de Chicago y en el programa radial de National Lampoon le habían hecho un lugar. Pero a Lorne Michaels no lo convencían algunos aspectos de su persona y de su estilo de humor. Por un lado, Belushi se vanagloriaba de no ver televisión. “En casa mi TV está toda escupida”, le dijo a quien le propuso participar del casting del futuro programa. Por otra parte, su modo de entender la comedia era muy físico, casi brutal. Y esa cosa salvaje e impactante tal vez era demasiado para la NBC. Finalmente hizo una audición y de inmediato quedó incorporado al elenco que se llamó Not Ready for The Prime Time (Los que no están listos para el horario central: era una burla al ensamble del competidor, el programa de Howard Cossell).

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