La otra cara: “Ganar la nada” Por José Luis Farías

La otra cara: “Ganar la nada” Por José Luis Farías

Ser optimista frente a los resultados electorales presidenciales de 2024 no significa apartar la mirada de los riesgos que entraña el actual proceso comicial venezolano, como suelen apuntar ciertos personajillos a quienes hablar de optimismo les produce urticaria. La realidad de un país que ha visto erosionada su democracia y que ha sufrido bajo un régimen autoritario no permite el lujo de una ingenuidad desinformada. El optimismo, bien entendido, no es la negación de los peligros, sino el reconocimiento de estos y la determinación de enfrentarlos con convicción y estrategia.

Ciertamente, es alto el peligro de un estruendoso fracaso político para la oposición, incluso a pesar de un posible rotundo triunfo electoral, si no se crean condiciones favorables a un verdadero cambio político. La historia reciente nos ofrece una lección amarga: la extraordinaria victoria electoral del 6 de diciembre de 2015 no fue aprovechada en términos políticos. Más pronto que tarde, esa victoria se transformó en una suerte de desgracia por la sucesión de errores políticos en los que incurrió el liderazgo opositor al creer que el mandado estaba hecho. Como dijo el historiador Eric Hobsbawm, “la historia enseña que los cambios políticos significativos rara vez son el resultado de una sola victoria electoral, sino de un proceso continuo de organización y lucha” (1).

La euforia inicial de aquel triunfo se disipó rápidamente, como un espejismo en el desierto político venezolano. Las expectativas se desmoronaron frente a una realidad intransigente y a una estrategia gubernamental diseñada para neutralizar cualquier avance opositor. Los errores de cálculo y la falta de un plan cohesionado hicieron que esa victoria se convirtiera en una oportunidad perdida. El politólogo Samuel Huntington señaló que “las transiciones democráticas requieren no solo de elecciones libres, sino de la construcción de instituciones que puedan sostener la democracia en el tiempo” (2).





Ganar las venideras elecciones presidenciales sin un acuerdo político que asegure la gobernabilidad es, en términos prácticos, ganar la nada. La victoria en las urnas debe ser el preludio de un consenso amplio, una plataforma de negociación que permita reconstruir las instituciones y restaurar la democracia. Sin este acuerdo, cualquier triunfo electoral podría ser efímero, minado por la inestabilidad y la falta de legitimidad.

La clave radica en no repetir los errores del pasado, en aprender de los tropiezos y en cimentar una estrategia que no solo contemple la victoria electoral, sino también la construcción de un futuro gobernable y democrático. Este proceso implica un optimismo crítico, uno que entiende que el camino es arduo pero posible, y que se debe caminar con los ojos bien abiertos y los pasos firmes.

El optimismo debe ser una herramienta para impulsar el cambio, no un velo que oculte la complejidad de la realidad política. La oposición venezolana tiene frente a sí una oportunidad histórica, pero para aprovecharla plenamente, debe mirar más allá de las urnas y construir las bases de una nueva gobernabilidad. Solo así, la esperanza que se deposita en el voto podrá transformarse en una realidad tangible y duradera. Como señaló Lauren Berlant, “el optimismo puede ser cruel en su insistencia en la persistencia y la lucha contra el reconocimiento de la pérdida, pero también es una energía que nos permite imaginar y crear futuros posibles” (3). La manera práctica de aprovechar esa energía es a través de un Acuerdo político que asegure legitimidad y gobernabilidad.A Maduro le urge la primera y a la oposición la segunda. En caso de no haber Acuerdo o Pacto la elección puede correr el riesgo de no haber servido para nada. El Acuerdo de reconocimiento de los resultados electorales llamado por Maduro es una propuesta incompleta si no incluye los términos para asegurar gobernabilidad.

Entre la farsa y la tragedia

La polarización política, entendida como la división de la sociedad en extremos ideológicos opuestos, ha producido un ambiente incierto que ha fragmentado la sociedad en dos extremos con visiones irreconciliables. Esta polarización ha fomentado una intolerancia que dificulta el diálogo y el compromiso, mientras que los medios de comunicación alimentan la división y obstaculizan la búsqueda de información imparcial. Facciones políticas acentúan el conflicto, impidiendo las soluciones de consenso.

Max Weber advirtió en “La política como vocación” sobre el peligro de una política basada en la emoción y no en la racionalidad, donde “la política consiste en una fuerte y lenta perforación de duras tablas con pasión y mesura a la vez” (4). Sin esta mesura, la polarización amenaza la paz y puede fomentar la radicalización de las posiciones políticas, derivando en violencia. Las protestas pueden volverse más frecuentes y violentas, y los grupos extremistas pueden ganar apoyo e influencia.

Isaiah Berlin, en su ensayo “Dos conceptos de libertad” (5), expone cómo la libertad positiva, que puede derivar en una imposición autoritaria de una sola visión, contrasta con la libertad negativa, que valora la coexistencia de diversas perspectivas. La intensa polarización tiende a fragmentar a la sociedad en grupos antagonistas que encuentran difícil cooperar y comunicarse entre sí, erosionando la cohesión social y aumentando la desconfianza y el odio entre ciudadanos. Esto dificulta la convivencia pacífica.

Cuando las fuerzas políticas están profundamente polarizadas, la gobernabilidad se vuelve un desafío, hundiendo al país en un estancamiento legislativo. Las instituciones democráticas, como los tribunales, la prensa y las fuerzas del orden, son vistas con desconfianza por una parte significativa de la población. Esta deslegitimación erosiona la confianza en el sistema democrático y en el estado de derecho. La acción política utiliza noticias falsas y narrativas engañosas para desacreditar a sus oponentes y manipular la opinión pública, lo que deteriora aún más la calidad del debate público.

Por supuesto, la incertidumbre y la inestabilidad política derivadas de la polarización pueden tener efectos negativos en la economía. La desconfianza y la falta de consenso pueden desalentar la inversión, afectar el crecimiento económico y aumentar el riesgo de crisis financieras. Se socava así la cohesión social, se dificulta la gobernabilidad, se fomenta la violencia, se deslegitiman instituciones, se propaga desinformación y se afecta negativamente la economía, poniendo en riesgo la estabilidad y el progreso del país. Acabar con la polarización es indispensable para empujar al país por los senderos de la paz, la libertad y el progreso en un sistema democrático. Un Acuerdo que lo facilite nos ahorraría caer de nuevo en la nada, tanto al Gobierno como a la oposición, y en la extensión de la tragedia que sufre el pueblo venezolano.

Como advertía Carlos Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: “La historia se repite, primero como tragedia, después como farsa” (6). La polarización extrema puede convertir la política en un escenario de enfrentamiento perpetuo, donde las tragedias del pasado se repiten, amenazando con transformar la democracia en una farsa.

Referencias

1.Hobsbawm, E. (1994). Historia del siglo XX: 1914-1991.

2..Huntington, S. P. (1991). La tercera ola: La democratización a finales del siglo XX. University of Oklahoma Press.

3.Berlant, Laurent (2011). Optimismo cruel. Duke University Press.

4.Weber, Max (1919). La política como vocación.

5.Berlin, Isaiah (1958). Dos conceptos de libertad. Oxford University Press.

6.Marx, K. (1852). El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.